El viento aullaba en las tierras altas, donde las montañas se alzaban como guardianes antiguos sobre los territorios de los hombres lobo. Lyria y Kael habían viajado durante días, cruzando paisajes vastos y solitarios, hasta llegar a un pequeño asentamiento enclavado en la base de una de las montañas más grandes. Las sombras de los árboles y las piedras eran testigos de una raza que había aprendido a vivir con el instinto de la naturaleza, respetando la fuerza que les otorgaban, la luna llena y los aullidos que resonaban en su alma.
La tribu de los hombres lobo era temida y respetada, conocida por su feroz independencia y su constante lucha por mantener sus tierras y su autonomía. Sin embargo, más allá de la valentía que los caracterizaba, había algo más en ellos: un miedo profundo, casi ancestral, a perderse a sí mismos en la oscuridad de su propia naturaleza.
Lyria sintió la tensión en el aire tan pronto como pisaron el suelo de las tierras de los hombres lobo. Sabía que las palabras no serían suficientes para ganarse su confianza. Su historia con los vampiros y las demás razas era más que un obstáculo. Era una montaña imponente que, en muchos casos, solo podría atravesarse con la fuerza de los actos y el sacrificio.
—Lo que nos enfrentamos aquí no será fácil. Los hombres lobo tienen su propio código y no son como los vampiros, ni como los elfos. Ellos siguen la ley de la manada. —Lyria estaba a su lado, observando el horizonte con una expresión grave.
—Lo sé. Pero si queremos salvarnos, necesitamos su ayuda. Y eso solo lo lograremos si logramos demostrarles que el destino de todos está unido. —Kael ascendió.
A medida que avanzaban por el terreno accidentado, llegaron a una cueva enorme, donde la oscuridad de la entrada parecía devorar la luz. De dentro surgió una figura alta, de cabellera desordenada y ojos que brillaban como la luna en una noche sin nubes. El líder de la manada, conocido como Aric, se erguía ante ellos, imponente; su presencia irradiaba poder y respeto.
—¿Qué quieren, elfa y humano? — su voz retumbó en la cueva, profunda y llena de desafío. —No traen más que palabras vacías de promesas; la manada no necesita la ayuda de nadie, y menos de razas que, en su arrogancia, nos han ignorado durante siglos.
—No vengo a pedir favores, Aric. Vengo a salvar lo que nos queda. Un enemigo mucho más grande que cualquier guerra interna se acerca. Si no unimos nuestras fuerzas, perderemos todo, incluso nuestras tierras y nuestras vidas — Lyria no retrocedió, a pesar de la furia que se sentía en sus palabras.
Aric la miró fijamente, escudriñando su rostro. Su mirada era dura, como la roca, pero en sus ojos brillaba una chispa de duda.
— ¿Y por qué deberíamos confiar en ti? ¿Por qué deberíamos creer que tu guerra es nuestra guerra? No somos como los elfos, ni como los vampiros. Nuestra lealtad es con la manada, no con tus ideales de unidad.
— Porque, si no lo hacemos, el caos no respetará el territorio de nadie. Si no luchamos juntos, todos caeremos — Kael dio un paso adelante, su voz firme.
Aric lo observó por un largo momento, su expresión impenetrable. Finalmente, dio un paso hacia ellos, su cuerpo enorme y musculoso mostrando los signos de la dura vida que llevaba.
— Sabemos lo que está en juego. Pero la manada no olvidará las traiciones, ni las luchas pasadas. Los vampiros... los elfos... los humanos... todos han querido subyugarnos alguna vez. ¿Por qué habríamos de arriesgarlo todo? ¿Para defenderlos ahora?
— Lo que está en juego no es solo nuestra historia, Aric. Es el futuro de todos. Las viejas rencillas no importan si no tenemos un futuro. El Orbe nos ha dado una oportunidad, pero solo si todos están dispuestos a sacrificar algo por el bien común. La manada siempre ha sobrevivido — Lyria dio un paso hacia él, su voz baja pero llena de poder.
El líder de los hombres lobo la miró intensamente, como si tratara de leer sus pensamientos, de escudriñar sus intenciones. La tensión en el aire era densa, casi palpable. Nadie se atrevía a interrumpir el silencio que había caído sobre ellos. Kael y Lyria esperaban, cada uno sintiendo el peso de la decisión que Aric debía tomar.
Finalmente, Aric se echó hacia atrás, su expresión suavizándose ligeramente.
— sus palabras son fuertes. Y no puedo negar que el miedo que mencionas se siente en cada rincón de nuestras tierras. Pero no será fácil. Mi manada no se doblega por simple persuasión. Necesitaré ver pruebas, ver sacrificios.
— Lo haremos. Estamos dispuestos a dar todo lo que tenemos a cambio que nos apoyes, Aric. Necesitamos que tu manada esté a nuestro lado, no solo por las promesas, sino por la supervivencia de todos — Lyria respiró profundamente, sabiendo que la negociación no terminaría ahí.
Aric ascendió, pero su mirada era sombría.
— Bien. Demostradme que su causa vale la pena. Mi manada no se unirá solo por palabras y demostrarme que son dignos de nuestra confianza.
Kael miró a Lyria y luego a Aric, comprendiendo lo que eso significaba. No era solo una cuestión de palabras, sino de acciones. Tendrían que arriesgarlo todo, incluso su vida, para demostrar que su causa valía la pena. Y si fallaban...
— ¿Qué prueba necesitas, Aric? —preguntó Kael con voz firme.
— Demostrarme que eres fuertes. Lucha contra la prueba que más temes, enfrenta lo que más te hace dudar. Si puedes salir de esa prueba, entonces... tal vez podré confiar en ustedes. Pero si no, la manada no lospermitirá ni siquiera acercarse.
Editado: 27.11.2024