El silencio de fuego y sangre

Capítulo 18: La Prueba de la Manada

La oscuridad de la cueva parecía engullir todo a su paso, pero Lyria y Kael sabían que no había vuelta atrás. La prueba que Aric les había impuesto era más que un simple reto físico; era una batalla interna, una prueba de carácter que los hombres lobo respetaban profundamente. Si querían ganar la lealtad de la manada, no solo tendrían que enfrentarse a sus peores temores, sino también demostrar que podían soportar las pruebas de la naturaleza más salvaje.

Lyria respiró profundamente, su mirada.

—¿Y si fallamos? —Kael se adelantó, su mirada fija en el líder de la manada y preguntó con tono serio, sin mostrar señales de duda.

— Si fallan, la manada los matará —respondió Aric con frialdad — el miedo es una debilidad, y no permitimos debilidad entre nosotros.

Lyria ascendió, reconociendo la gravedad de lo que estaban a punto de enfrentar. Sabía que no podía permitir que el miedo la detuviera, ya había enfrentado demasiadas pérdidas, como para dejar que el miedo la dominara ahora.

Sin una palabra más, Aric levantó la mano, y una fuerte brisa comenzó a soplar en la cueva, susurrando entre las grietas de las piedras. La oscuridad comenzó a tomar forma, moldeándose en figuras etéreas que emergían de las sombras. Lyria sintió cómo su corazón latía con fuerza, mientras las formas oscuras tomaban forma frente a ella.

— ¡La prueba ha comenzado! — rugió Aric, y en ese momento, la cueva pareció cobrar vida, llenándose de susurros y ecos inquietantes.

Lyria se tensó. Las sombras que ahora se alzaban ante ella no eran simples ilusiones, cada una de ellas representaba un miedo profundo, algo que había marcado su vida, algo que debía enfrentar para avanzar. Era un desafío personal, y no podría esquivarlo.

Ante sus ojos apareció la figura que había temido durante años: su madre, Lyaria, asesinada brutalmente en el asalto al castillo. Su rostro estaba pálido, los ojos vacíos de vida, haciendo que retrocediera, el dolor de la pérdida retumbando en su pecho como un martillo. Su madre la miraba fijamente, sin decir palabra alguna, pero en sus ojos se reflejaba un reproche, una acusación muda que Lyria temía más que cualquier monstruo o sombra.

— ¿Qué estás haciendo, Lyria? —La figura de su madre susurró en voz baja, pero la acusación era clara: deberías haber protegido tu hogar y haber salvado a tu familia.

El dolor del pasado volvió con una fuerza arrolladora, y Lyria sintió la presión en su pecho, como si fuera a desmoronarse. Pero no podía dejarse vencer. No podía fallar en esta prueba, así que respira hondo, tratando de calmarse.

— No puedo cambiar lo que pasó, pero puedo cambiar lo que viene.

Con esas palabras, la figura de su madre comenzó a desvanecerse lentamente, disolviéndose en la oscuridad como una niebla ante la luz del amanecer. Lyria cerró los ojos, sintiendo cómo la presión en su pecho disminuía, pero el dolor nunca desaparecería por completo. Lo sabía. Sin embargo, lo que importaba ahora era seguir adelante.

A su lado, Kael también se enfrentaba a su propia prueba. Mientras Lyria luchaba con su dolor, Kael estaba siendo arrastrado a una lucha mucho más visceral, mucho más directa. En el centro de la cueva, aparecieron criaturas salvajes, enormes lobos con ojos brillantes, sus mandíbulas abiertas y listas para devorar, pero Kael no sentía miedo a las criaturas, sino al monstruo que llevaba dentro. En su mente, la figura de su padre, un hombre corrupto y cruel, apareció con una sonrisa macabra.

— ¿Realmente crees que eres diferente? — dijo la figura de su padre, el rostro torcido en una mueca de desprecio Eres como yo, Kael, solo que no lo quieres aceptar, que la misma sangre corrupta corre por tus venas.

Kael apretó los dientes, sintiendo la rabia arder en su pecho. Su padre había sido un hombre de poder, pero lleno de debilidades, manipulando a los demás para su favor. El miedo que sentía en toda su vida era la sombra de lo que su padre representaba: una constante lucha interna entre el deseo de poder y la necesidad de redención. Sabía que no podía ser lo que su padre había sido. Había tomado decisiones, algunas malas, pero estaba dispuesto a cambiar.

— ¡No soy como tú! — gritó Kael, y con una fuerza descomunal, atacó las sombras que lo rodeaban, sus puños, rompiendo las ilusiones que representaban las palabras de su padre. Cada

Los lobos desaparecieron, disolviéndose en el aire como si nunca hubieran existido. La cueva volvió a ser un cuarto.

Cuando la niebla se despejó por completo, Aric apareció ante ellos, observando con una intensidad feroz.

— Han pasado la prueba.

— Gracias — dijo Lyria, su voz firme permanece.

Aric ascendió, su mirada dura.

Y con esas palabras, la manada ganó a los forasteros en su seno, pero la verdadera batalla no había hecho más que empezar.




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