El amanecer comenzaba a filtrarse entre las densas nubes que cubrían el horizonte, pero no traía consigo la calma esperada. En las tierras donde hombres lobo, elfos, hadas, vampiros y demás criaturas coexistían de forma precaria, algo oscuro y peligroso comenzaba a gestarse. Lyria, Kael y la manada de Aric se encontraban reunidos en un campamento improvisado, sus rostros serios, sabedores de que el tiempo de paz había llegado a su fin. La guerra no era un simple evento; era una fuerza imparable que arrastraba a todos en su camino.
— El Orbe está en movimiento — dijo Lyria, observando el mapa extendido sobre la mesa — no es solo una leyenda, y el poder que está acumulando puede cambiar el curso de todo.
— Y el enemigo, ¿quién es exactamente? ¿Qué es lo que quiere el que ha tomado del Orbe? — Kael frunció el ceño.
— El Orbe no solo es una fuente de poder. Es la clave para controlar la vida y la muerte en este mundo y quien lo posea tendrá dominio absoluto, pero no tendrá escrúpulos para destruirlo todo en su camino — la respuesta de Aric fue fría y llena de desconfianza.
— El Orbe no puede caer en manos equivocadas. No podemos permitirlo. Debemos hacer todo lo posible por encontrarlo antes que ellos — Lyria apretó los labios, sabiendo que esas palabras no solo eran una advertencia, sino un destino inevitable.
— ¿Y quiénes son ellos? — preguntó Kael, su tono tenso.
— Hay antiguas alianzas que se han disuelto. Los vampiros, los elfos, las brujas... todos ellos, en algún momento, trataron de obtener el Orbe. Ahora, hay un nuevo líder, alguien con el poder de controlar incluso las mentes de los más grandes guerreros, y no es solo un hechicero o un guerrero. Es algo más — Aric levantó la mirada hacia ellos, y por un momento, la dureza en su rostro se suavizó.
La manada se quedó en silencio, procesando las palabras de Aric. El peso de la realidad comenzó a hundirse lentamente en sus corazones y la guerra no sería solo una cuestión de batallas físicas, sino de una lucha por el alma misma de su mundo.
Las noches siguientes fueron tensas. Los hombres lobos y las otras razas unieron sus fuerzas, pero había una sensación persistente de desconfianza, como si cada uno estuviera esperando que el otro traicionara. Lyria y Kael no podían ignorar la sensación de que había algo más en juego, algo que ni siquiera ellos entendían completamente. Cada vez que el Orbe era mencionado, un escalofrío recorría sus espinas, como si el destino les hubiera marcado un sendero irreversible.
Al caer la noche, mientras todos descansaban, Lyria se alejó del campamento, incapaz de quedarse quieta. Sus pensamientos se agolpaban, la confusión y el miedo se entrelazaban, sabiendo que no era solo una guerra física, por lo que quedaba de su humanidad, de su alma. Sabía que, si el Orbe caía en manos equivocadas, sería el fin.
De repente, una figura oscura apareció entre las sombras. Lyria se tensó, su instinto de elfa y guerrera aflorando al instante.
— Te estaba esperando — dijo la figura, con una voz tan suave como el viento nocturno.
Lyria no lo reconoció al principio, pero la mirada de los ojos rojos brillantes le resultó familiar.
— ¿Quién eres? — preguntó, su mano instintivamente, desenvainando la espada.
— Un aliado en las sombras — respondió la figura. — Soy uno de los que una vez sirvió a la vieja guardia, aquella que custodiaba el Orbe. Ahora, solo busco impedir que caiga en manos equivocadas.
— ¿Por qué no has hablado antes? — Lyria frunció el ceño.
— Porque tu lucha no es solo la mía, el Orbe está más allá de lo que puedes imaginar. Y las fuerzas que están en su contra... son mucho más grandes de lo que creen. Mi nombre es Silas, y no estoy aquí para ser tu enemigo, sino tu guía.
Editado: 27.11.2024