El castillo se alzaba imponente, un testimonio de la reconstrucción y la esperanza que ahora gobernaban el reino. Las heridas del pasado aún eran visibles, tanto en el paisaje como en los corazones de quienes habían sobrevivido. Sin embargo, la unidad entre razas había comenzado a florecer, algo que, años atrás, parecía imposible.
Lyria y Kael, ahora gobernantes del nuevo reino, caminaban por los pasillos restaurados, observando cómo los elfos, humanos, vampiros y otras criaturas trabajaban juntos, construyendo un futuro común. Sus miradas se cruzaron, llenas de orgullo y un profundo entendimiento.
— ¿Crees que estaremos listos para los desafíos que vendrán?—preguntó Lyria, su voz tranquila pero cargada de significado.
—No lo sé—respondió Kael, con una honestidad que solo compartía con ella. —lo enfrentaremos juntos, como siempre lo hemos hecho.
El sonido de risas llegó infantiles hasta ellos, y Lyria giró para ver a los niños de varias razas jugando en los jardines. Un lobo joven corría detrás de un vampiro, mientras un hada tejía coronas de flores para los pequeños elfos.
Esa imagen fue suficiente para recordarle a Lyria por qué habían luchado tanto, por qué las cicatrices valían la pena. Se giró hacia Kael, su rostro iluminado por la luz del sol.
—La paz no es algo que simplemente encontremos, Kael—dijo. —Es algo que debemos construir, cada día, con cada elección.
Kael ascendió, tomando la mano de Lyria. Juntos, salieron al balcón del castillo, observando el horizonte mientras el sol nacía una vez más sobre un reino que, al fin, parecía renacer.
Y así, su historia, llena de pérdidas y sacrificios, se convirtió en una leyenda, un recordatorio de que, incluso en la mayor de las oscuridades, siempre puede nacer la luz.
Editado: 27.11.2024