Después de solo un par de preguntas, el Mayor Rameau se agacha cerca al rostro de la muchacha y le susurra algo al oído.
Ella asiente nerviosa, él se aleja y le sonríe antes de retirarse de la "salita" de interrogación.
—¿Va a terminar tan pronto? —pregunta el alférez Damnum.
—¡Has visto a esa muchacha!, es retrasada o algo así, todo lo que sabía ya lo dijo, ahora saquenla de aquí. ¿Quién vino con ella? —le pregunta a Dula.
—Su abuela, la vieja esta sentada al costado de la puerta.
Rameau frunce el ceño y chasquea la lengua un par de veces.
—Llevala con su abuela Damnum, la vieja no te conoce, no creo que te fastidie mucho.
—¿A que se refiere con fastidiar?.
—¡Nada, muchacho! —ríe de forma estruendosa —Solo lleva a Dalia con ella y dile que su hija debe venir dentro de tres días.
El joven asiente y le indica a la muchacha que ya puede salir.
Durante el corto trayecto hasta la salida, Ehud no puede evitar mirarla tratando de encontrar en ella, algún rasgo de Erbert Rameau.
—¿Quién es su abuela? —le pregunta cuando llegan al umbral de la recepción.
—Ella —dice Dalia, señalando a la anciana que una hora antes, había oído su queja involuntaria.
Él se acercó avergonzado, esperando que la mujer no haya memorizado su rostro.
—Señora Blomst, soy el alférez Damnum, el mayor Rameau me pidió que...
—Que mi hija viniera aquí en tres dias, me lo han repetido mil veces —dijo en tono hostil —Digale a su jefe que ella lo hará, nosotras no tenemos nada que esconder, solo queremos que todo esto se acabe para que nos dejen en paz.
La vieja Blomst miró al joven policía con recelo y luego se retiró de la comisaría del brazo de su nieta.
—¿Qué te preguntaron?.
—Casi nada —dice la muchacha con ese característico tono ido.
—¿Quién te interrogó?.
—Rameau... Fue amable, no sé porque lo odias.
—¡Yo no lo odio!, simplemente no confió en él. Tengo motivos para no hacerlo, pero no es algo de lo que puedo hablar contigo —dijo negando con la cabeza —¿Te dijo algo más, a parte de las preguntas del interrogatorio?.
—No.
—¿Estás segura, Dalia?.
—Si, él no dijo nada más.
—Bien, si lo hubiese hecho tienes que decírmelo... ¡A mi!, no a tú madre, Lila es débil.
—Lo sé, pero no me dijo nada.
—Bien, bien —algo en su interior le hacia dudar de las palabras de su nieta —¿Quieres que te cuente una historia mientras volvemos a casa? —preguntó en tono dulzón.
La muchacha asintió y abrió más los ojos con expectación.
—No es una historia en realidad, es más una reflexión.
—¿Reflexión sobre qué?.
—Sobre nuestro origen.
—¿El de nosotras tres?.
—No —sonrió —El origen del mundo, específicamente de las personas. Todos somos descendientes de Caín, Dios le dio a Adán y a Eva la oportunidad de reinvindicarse y volver al paraíso, les dio dos hijos, dos caminos: Caín y Abel, el bien y el mal; mientras que Abel era bueno, amado y vanagloriado, Caín era ignorado y despreciado, aún sin haber hecho nada malo.
—¡Pero él mató a su hermano! —dijo Dalia indignada.
—En ese tiempo, aún no lo hacia, antes de ser un asesino, Caín era solo el hijo relegado, el que jamás destacaría ante los ojos de sus padres, ni de Dios, Caín pudo haber aceptado ser la sombra de su hermano eternamente, su nombre se habría perdido en la biblia como el de tantos otros. Sin embargo, él logró cambiar su destino, eliminó el obstáculo más grande de su vida y llenó su vida de gloria.
—¡Pero Dios lo castigó y lo marco de por vida! —interrumpe la muchacha.
—No, no lo castigó. ¡Caín siguió procreando!, él tuvo descendientes, el hijo marcado, el malvado, él fue quien siguió con la linea de Adán. ¡Incluso Jesús descendía de Caín! —dice con fascinación.
—¡Pero Adán tuvo otros hijos!.
—¡Pero ninguno fue importante!, ellos solo fueron un consuelo barato, no marcaron historia.
—¿Y a dónde lleva tú reflexión, abuelita?.
—A que todos nosotros llevamos la marca de Caín. ¿Lo entiendes?. Hay cosas que tal vez haremos mal, pero eso nos ayudará a forjarnos un lugar en el futuro... Los pecados que cometemos hoy, no importan, si es que van a servir de algo para mañana.
Se quedan en silencio por el resto del camino, Dalia trata de entender las palabras de su abuela, pero en su mente, todo es muy difuso.
—¿Qué te preguntaron? —pregunta Lila, cuando su hija entra a la casa.
—Nada, solo que qué estaba haciendo el día que mataron al hombre, si estaba con ustedes, si las vi salir en algún momento.