Una madrugada fría, hizo que el despertar de la mayor de las Blomst sea más pesado que de costumbre. Últimamente la edad le estaba pasando factura.
Algunos días despertaba con la cama empapada en orina; otras veces debía controlar a fuerza de voluntad sus nervios para evitar el temblor constante de sus manos y piernas. Ella sabía ocultar muy bien esas "dificultades", pensaba que de saberse, perdería el respeto de su hija y de los demás habitantes de la posada.
Esa mañana, por suerte, pudo llegar al baño antes de tener otro accidente miccional. Encendió la opaca luz y levantó la tapa del baño.
La visión la dejó horrorizada, pocas veces en su vida se había sentido tan nerviosa y paralizada. Un delgado y caliente hilo de orina empezó a recorrer su entrepierna.
Volvió la vista hacia el pasillo, con voz débil empezó a pronunciar el nombre de su hija.
Lila Blomst tenía la capacidad casi sobrehumana de oír la voz de su madre en donde fuera, incluso cuando ella no estaba ahí en realidad. Esta vez no fue la excepción, aún estaba dormida cuando oyó los suplicantes gimoteos de Gardenia.
Se colocó la bata de lana gris y salió casi de puntillas para buscar a la mayor.
La encontró con el rostro pasmado, mirando estupefacta las pequeñas gotas amarillas que estaban salpicadas en el asiento del inodoro.
La mediana también se quedó en shock por algunos segundos.
—¡Está pasando nuevamente! —musitó Gardenia.
—No... No lo sabemos mamá, tal vez el oficial-
—¡Damnum nunca viene a este baño!.
—Pero tal vez lo hizo, de repente Amelía estaba ocupando el suyo y él vino para acá.
—¡No, no, no! —gritó desesperada— No fue Damnum... ¡Está pasando nuevamente!.
El grito de la vieja Blomst se había oído por toda la casa, incluso Ehud lo sintió desde la habitación apartada. Pensó que algo malo estaba pasando, tomó su arma reglamentaria y la envolvió en una casaquilla de algodón. Caminó con cuidado de no ser escuchado, llegó al final del primer pasillo y dudó un poco en avanzar más allá, ese era por así decirlo "el límite" entre él y las dueñas. Por supuesto, había tenido que sobrepasar esa frontera invisible algunas veces, pero sólo cuando tenía certeza de no ser visto por las Blomst.
Los siseos lo animaron a seguir el camino, apretó la casaquilla con el arma contra su pecho. Todo estaba oscuro, a excepción de una luz tenue a mitad del viejo pasadizo.
Pudo distinguir la sombra de Lila Blomst, frente a ella, estaba su madre con las manos sobre la cabeza. Ambas parecían observar algo al interior de la habitación iluminada.
—¿Nos equivocamos? —pregunta Lila, aún inconsciente de la presencia del policía.
—No... Eso es imposible, este tiene que ser otro... Tal vez Dalia-
—¡Dalia nada! —interrumpe la hija— Tal vez sólo nos equivocamos, deberíamos no sé...
—¿Sucedió algo? —la voz de Damnum hace que ambas giren asustadas.
—¿Usted usó este baño? —pronuncia la más vieja.
—¿Ese baño?. No, es la primera vez que estoy por este lado de la casa.
Las dos mujeres se miran nerviosas, cosa que el joven alférez nota de inmediato.
—¿Por qué lo pregunta? —continúa él.
—Por... Por bueno —Lila empieza a tartamudear cosas sin sentido.
Por un instante ella se da la vuelta nerviosa, esto le da a Ehud la oportunidad de ver al interior de la habitación, divisa el baño y las pequeñas gotas de orina.
Según recordaba del informe de las Blomst, Gardenia dijo en su primer interrogatorio que la primera señal de invasores en su casa, fueron justamente gotas de orina.
Mientras los tres permanecen en incómodo silencio, Amelía se acerca hacia ellos con los ojos cansados. Los ruidos también la han despertado, lleva puesto el viejo camisón de dormir que Gardenia le obsequió hace una semana, justo cuando cumplió dos semanas de vivir con ellas.
No había sido capaz de volver a casa y por alguna extraña razón, se sentía más segura con las Blomst que con su familia. A su madre no le importó mucho que ella se fuera, quién si se desesperó fue Frank Dula, pues la sola idea de saber que ella viviría bajo el mismo techo de Damnun, despertaba el lado más denso del oficial.
Gardenia fue la primera en divisar a la jovencita, le indicó que se acercara de una forma muy dulce, algo que jamás había hecho ni por Lila ni por Dalia. En este tiempo, la vieja le había tomado a Amelía un afecto casi enfermizo. Esto pasaba desapercibido para todos, menos para la propia Lila que intentaba vigilar con recelo cada uno de sus encuentros.
—¿Por qué te despertaste Amelía? —preguntó Damnum.
—Lo siento mucho, oí ruidos y quise saber que sucedía.
—No pasa nada muchacha —dijo la vieja apretadole el hombro con delicadeza— Vuelve a dormir. ¿Está bien?, no te preocupes por nada... Es más, todos deberíamos volver a los cuartos, ya está amaneciendo pero aún es muy temprano para empezar el día.