El camino a casa parecía hacerse cada vez más largo. "Casa" en la mente de Ehud Damnum llamar "casa" a la vieja posada de las Blomst parecía un chiste; todo lo sucedido en el día que acababa de terminar parecía una broma de mal gusto. Rememoraba una y otra vez todo lo que había sucedido desde que salió de la estación policial a las 9:15 pm: el camino, las calles vacías, los cadáveres frescos y las ridículas demostraciones de afecto de Lila Blomst y Rameau se repetían como un disco rayado a toda velocidad en sus pensamientos.
En medio de todo un olor a lavanda empezaba a removerle el estomago. Había sentido esa fragancia antes, no hace mucho, tal vez incluso durante este día, pero no lograba recordar donde o en que situación.
Los secretos que tenía la mañana anterior se habrían multiplicado mucho en este nuevo amanecer, un cosquilleo nervioso subía y bajaba desde sus hombros hasta sus manos.
—¡El Hombre! —exclamó para sí— Iba a ver a El Hombre hoy.
Aunque ahora sus preguntas habían cambiado, ya no estaba tan seguro de querer saber más sobre Julius Hal Brett, ahora ansiaba saber más de la Blomst y Rameau, y de como es que Amelía era hija de ellos.
No quiso distraer más su mente, camino a paso firme pero lento hasta esa casa aparentemente abandonada a mitad de la nada. Bastó que llame una sola vez a la puerta y esta se abrió ante él, aquel ser casi sobrenatural que parecía saber todo de todos, apareció con la sonrisa ensanchada bajo unos lentes obscuros.
—¡Sabía que tarde o temprano volverías, Ehud Damnum! —replicó— ¿Hoy si estás dispuesto a hablarme sobre aquella muchachita?
El alférez asintió y avanzó como un condenado a muerte hacía el interior de la morada.
Había un olor fétido el en ambiente, algo así como frutas podridas y carne cruda, en medio de toda esa pestilencia se colaba un ligerisimo aroma a lavanda, aunque Ehud pensó que era sólo cosa de su imaginación.
El Hombre le indicó que tomara asiento en un sofá de cuero que estaba frente a un gran escritorio de madera obscura, él ni siquiera parecía inmutarse por la peste que estaba por toda su casa.
—¿Y bien, vas a hablar de Elizabeth Chow? —preguntó.
—Sí... No... No voy a hablar de ella en específico, pero puedo contarle porqué estoy aquí.
—¿En mi casa?
—En Palazzo. Es lo que usted quería saber cuando vine, y creo que hoy puedo decirlo.
—¿Y qué información quiere a cambio? —dijo sin rodeos.
—Se lo diré al final. Aún no lo tengo claro —admitió.
El secretista se acomodó en su lugar y espero calladamente a que el muchacho empezara su relato. No había cosa que le El Hombre disfrutara más que oír una historia nueva y escabrosa.
—Hace casi dos años me recibí como policía —suspiró— Pude ascender hasta alférez rápidamente con ayuda de mi padre... Creo que si no fuera hijo de quien soy, ni siquiera habría salido de la escuela de oficiales.
—¿Si no fueras hijo de quién eres?
—Estoy seguro que sabes quien es mi padre —dijo en voz baja.
—Lo sé Ehud Damnum, pero necesito que tú lo digas —. Era parte del procedimiento habitual, el intercambio de secretos no es tan fácil como una transacción monetaria.
—Bien... Mi padre... Mi padre es el presidente de la república.
—¡Oh, santo cielo! Eres ni más ni menos que el hijo no legitimo de un presidente amado y respetado por todos. ¿Qué habría sido de ti si no fueras el secreto peor guardado de tú papi, eh?
—Ya... Ya no quiero hablar de mi padre —balbuceó incómodo.
—¡Pero tienes que hablar de él! Es un personaje importante en esta historia. ¡Por favor, hablame sobre él! —dijo como falsa súplica.
—Mi padre... Mi padre me tuvo con una partidaria suya, él es casado y tiene una familia, mi madre era su amante y yo su... Su bastardo.
—Bien, Damnum, prosigue.
—Siempre viví de forma acomodada, mi padre no me hizo faltar nada —. Sólo su presencia, pensó —Cuando salí de la escuela de oficiales, pensé que mi vida como policía sería diferente... Quería... Quería un poco de acción en mi vida real, como la que tenía en los videojuegos... Pero no era como esperaba, sólo teníamos operativos absurdos: confiscar vídeos pirata, detener a micro comercializadores de marihuana o espantar a las prostitutas del centro histórico. ¡No pasaba nada interesante! —refunfuñó entre dientes— Haciendo esas cosas absurdas llegué al rango de alférez, y todo siguió igual... Luego, un día, supe por un Mayor que me mantenían "seguro" a pedido de mi padre. Ese no era un acto de amor, era cosa de mi madre. Ella había muerto cuando yo estaba preparándome, nunca estuvo de acuerdo con que yo fuera policía, así que le pidió a mi padre que me mantuviera seguro.
Damnum casi podía evocar la misma ira que sintió cuando se enteró de esa tontería absurda.