El funeral de Amelía Granda duró dos días y medio, toda la gente de Palazzo (y también de ciudades aledañas) venían a verla en su mayoría por el morbo que habían causado los exagerados titulares de diarios, catalogando el caso como: "ritual satánico".
Las personas que alguna vez dijeron quererla, ni siquiera se aproximaron al local comunal; brillante fue la ausencia de Frank Dula, quien antes solía suplicar por el amor de la jovencita; tampoco estuvieron presentes sus amigas de secundaria, ni las que compartían con ella los juegos del barrio. Lo más extraño fue la ausencia de la propia Rocío Granda.
Eran pocas las personas que la acompañaban y que la habían conocido de verdad mientras aún estaba con vida: en primer lugar estaban Lila y Gardenia Blomst, quienes se habían encargado de vestir y arreglar a la difunta; de igual manera el mayor Rameau lamentaba en silencio la pérdida de la jovencita; Ehud Damnum había dudado mucho sobre lo que debería hacer, aquél día tenía una cita pendiente con El Hombre y no podía estar más nervioso.
El entierro empezaría a las 5:30 de la tarde, cuando el párroco llegara al funeral para acompañar el cuerpo hasta el camposanto.
A las 6:27, él seguía sin aparecer. Mucha de la gente que había estado por la mañana, ya se había retirado, la mayoría de los que permanecían eran los que estimaban un poco a la desdichada.
Cerca a las 7 de la noche, una monja dominica se acercó al recinto con una carta para el mayor Rameau, él la leyó con incredulidad, en ella el obispo le decía que no podía acudir "por causas mayores" y que en su lugar enviaba a un viejo conocido.
Aquel extraño resultó ser el maquiavélico Julius Hal Brett.
—Usted no puede hacer honores religiosas... ¡Lo echaron de la iglesia! —gritó la más vieja de las Blomst.
—Soy solo un laico ahora, señora. Y el obispo me ha enviado, botarme sería hacerle un desplante a él.
—Él también fue obispo, puede hacer la labor —intervino un ex maestro de Amelía, no porque le interesara quien oficiara los honores, sino porque estaba cansado de esperar a alguien más.
No era el único, fueron varios los asistentes que aceptaron la moción. Y así, ya en medio de la noche, algunas personas alzaron en brazos el féretro mientras Hal Brett iba orando por el alma de Granda.
Al llegar al cementerio, unas tenues luces iluminaban el lugar en donde sería enterrada.
El ex obispo tomó su lugar en el podio que habían improvisado en el panteón, indicó a los demás hacer una serie de oraciones, cerca al final de su pseudo misa leyó un versículo de Isaias que decía:
—¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho,
y dejar de amar al hijo que ha dado a luz?
Aun cuando ella lo olvidara,
¡yo no te olvidaré!
Grabada te llevo en las palmas de mis manos;
tus muros siempre los tengo presentes.
Lila sintió la mirada acusadora de Hal Brett sobre ella, los cabellos de la nuca se le crisparon y miró en dirección a Rameau buscando ayuda o lo que fuera. Pero él estaba oyendo al laico, que decidió terminar el homenaje con una cita de amor.
—Grábame como un sello sobre tu corazón;
llévame como una marca sobre tu brazo.
Fuerte es el amor, como la muerte,
y tenaz la pasión, como el sepulcro.
Como llama divina
es el fuego ardiente del amor. Cantares 8, versículo 6, amén.
Cuando los que eran fieles terminaron de persignarse, él decidió dar una pequeña explicación a lo citado
— “Fuerte es el amor como la muerte”. ¡Y cuán fuerte! A veces la muerte es el acto de amor más grande que puede haber. Y sé que algunos de ustedes lo entienden mejor que nadie, la muerte y el amor a veces deben ir de la mano, tal como fueron hace muchos dos jóvenes enamorados a mi iglesia, cuando aún era obispo aquí, pidiendo que los casara en secreto... ¡Oh, el romance! —suspiró— Puede que parezca inapropiado hablar de esto ahora, pero Amelía era sólo una jovencita que sufrió demasiado, no quiero hacer de este momento algo mucho más triste. Antes de dejarla ir, quiero contarle esta historia, sobre aquellos dos jóvenes, que se amaban, aún sabiendo que no podían hacerlo. Ustedes se preguntaran cuál era ese gran obstáculo, pero no puedo decirlo, sólo diré que aquél día yo los casé. De hecho, sé que siguen casados hasta el día de hoy —algunos de los presentes empezaban a sonreír con dulzura— Lo más curioso, es que para lograr tal amor, ellos tuvieron que sacrificar mucho, incluso el hecho de estar juntos... Ese par de jóvenes tuvieron que recurrir a una muerte para lograr su propia vida.
Nadie entendió lo que quiso decir, excepto las dos personas que estaban involucradas en la macabra historia.
El entierro terminó en ambiente sepulcral, colocaron sobre la tierra fresca un pedazo de cemento con el nombre de Amelía. No hubo pésames, ni llantos desgarradores, fue un silencio frío para una muchacha que solía ser tan cálida.