El Silencio De Los Cuervos

capitulo 4 "AQUELLO QUE SE OCULTA TRAS LOS ÁRBOLES."

*“No todo lo que persigue quiere venganza. A veces, solo quiere ser escuchado.”*

ARCO l:ECOS DEL BOSQUE..

El fuego no lo consumió. Al contrario, lo reveló. Cuando abrió los ojos, no estaba quemado, sino marcado. En sus brazos, letras negras habían surgido como cicatrices: fragmentos de frases, nombres incompletos, fechas sin sentido. Memorias. Ajenas y propias.

El bosque estaba diferente. Ya no era solo un lugar. Era una conciencia. Respiraba con él, se contraía con sus miedos, latía con sus verdades. Y ahora, algo lo buscaba.

No era el cuervo. No era la niña. Era *otra cosa*.

Sentía su paso. Pesado. Cercano. Siempre detrás de los árboles, pero nunca visible. Como un recuerdo negado que se resiste a desaparecer.

Caminó con el libro apretado contra el pecho. Sabía que lo guiaba, aunque ya no contenía páginas visibles. Cada vez que lo abría, el contenido cambiaba. Imágenes. Palabras que se borraban apenas intentaba leerlas. Como si el libro también dudara de lo que debía revelar.

Un tronco caído lo obligó a detenerse. Al cruzarlo, vio una figura al otro lado.

No era él. No era un reflejo.

Era alguien que lo conocía.

—Has vuelto —dijo la figura, un hombre de rostro desfigurado, con vendajes que goteaban sombra—. Esta vez más tarde que nunca.

—¿Quién eres?

El hombre sonrió sin labios.

—El que esperó. El que no gritó. El que viste detrás de la puerta mientras el fuego me tragaba.

La voz le rasgó el pecho. El recuerdo volvió como un golpe: una puerta cerrada, gritos del otro lado, su mano temblando en el picaporte... y el silencio. El silencio que eligió.

—No pude… —empezó a decir.

—No quisiste.

El hombre avanzó. No con odio, sino con la certeza de los que ya han muerto muchas veces.

—No vine a castigarte. Eso ya lo estás haciendo tú solo. Vine a darte esto.

Le tendió una campana oxidada, pequeña, sin badajo.

—Cuando el bosque te muestre el abismo, hazla sonar. Si aún puedes.

Y desapareció.

El aire cambió. El suelo vibró. Los árboles comenzaron a sangrar desde sus raíces. De las grietas emergieron manos. Decenas. Negras. Delgadas. Con uñas afiladas y ojos en las palmas.

Corrió.

No hacia la salida, sino hacia el centro. Hacia el lugar marcado en el mapa que ya no tenía. Lo recordaba. El círculo de árboles secos. El ojo en el pecho del cuervo. La verdad.

Las manos lo perseguían, pero no lo tocaban. Solo lo seguían. Como testigos. Como jueces.

Al llegar al claro, el suelo era piedra. No había árboles, solo columnas de hueso. Y en el centro, un altar con una figura de espaldas.

Al acercarse, la figura habló con su propia voz:

—¿Estás listo para recordar lo que hiciste antes de elegir el silencio?

El verdadero juicio no había comenzado. Hasta ahora...




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