El Silencio De Los Cuervos

capitulo 7 "DONDE LOS NOMBRES DESPIERTAN."

"Nombrar el silencio es invocar el eco del alma."

ARCO l:ECOS DEL BOSQUE..

El bosque parecía dormido tras el juicio, pero Él sabía que solo se había replegado. No era paz. Era la calma de una herida recién cerrada. Caminaba con la campana colgando de su cintura y el libro aún tibio contra el pecho. Las figuras que lo acusaron se habían disuelto en la tierra, pero sus voces seguían en su mente, como un zumbido bajo cada pensamiento.

Avanzó por un sendero que no recordaba haber visto antes. La niebla era más espesa, pero no lo detenía. Cada paso hundía sus botas en un suelo que latía, como si pisara sobre carne dormida. El silencio era tan profundo que dolía en los oídos. Hasta que una rama crujió.

No fue él. No fue un animal.

Fue alguien que respiraba su mismo aire.

Giró lentamente, y lo vio: un niño pequeño, de no más de ocho años, de pie entre dos árboles retorcidos. Su rostro era idéntico al suyo a esa edad. Pero sus ojos eran negros, sin iris, sin emoción.

—No debiste cerrar el libro —susurró el niño.

—¿Quién sos? —preguntó Él

El protagonista , sintiendo la campana vibrar levemente.

El niño extendió la mano. En ella tenía una pluma. Negra. Larga. Todavía goteaba tinta.

—Soy el nombre que olvidaste escribir....

Y desapareció.

..el protagonista miró su propio brazo. Las letras marcadas que antes eran incoherentes ahora comenzaban a reorganizarse. Moviéndose bajo su piel. Reuniéndose. Ardiendo. El libro comenzó a temblar.

Lo abrió.

Solo una página brillaba con intensidad.

Allí, entre manchas, trazos irregulares y marcas que parecían heridas, estaba su nombre:

Elías Silas.

Pero no estaba escrito con tinta. Estaba grabado. Como si el papel lo hubiera parido desde su dolor.

Y debajo, una frase:

"Ahora que sabes quién eres, el bosque sabrá lo que debe mostrarte."

El viento cambió. Las hojas giraron como si celebraran un rito antiguo. La tierra se agrietó frente a él, abriéndose en una escalera que descendía hacia la oscuridad. No era caverna. Era memoria.

Elías guardó el libro, tocó la campana —ya no oxidada, sino brillante— y bajó.

Cada escalón susurraba un recuerdo olvidado. Voces conocidas. Unos gritaban su nombre. Otros lo maldecían. Algunos solo lloraban.

Al llegar al fondo, encontró una puerta. No tenía cerradura. Solo una mancha de sangre en forma de mano.

Puso la suya encima.

La madera gimió. El umbral se abrió.

Y allí, en una sala circular cubierta de espejos rotos, lo esperaba su reflejo.

Y sonreía....




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