ARCO l:ECOS DEL BOSQUE..
> “A veces no tememos a lo que recordamos. Tememos a lo que aún no hemos sentido.”
Elías caminaba sin saber si avanzaba hacia el centro del bosque o hacia su propio abismo. Desde que había tocado la máscara, algo dentro de él había cambiado. No un despertar. Un desgarro. Sentía las emociones antiguas moverse bajo la piel como larvas de una verdad no dicha.
El libro estaba en blanco, pero el cuero que lo envolvía estaba caliente. Latía. Como si esperara.
El camino terminó frente a una estructura imposible: una puerta sin marco, de hierro oxidado, suspendida en medio del bosque, sin paredes a su alrededor. Solo una mancha de sombra la proyectaba sobre el suelo. No había picaporte. No había cerradura. Solo un umbral… y el eco de una respiración detrás.
—Tuviste que llegar para ver lo que siempre evitaste —dijo una voz detrás de la puerta.
Elías no necesitó mirar para saber quién era.
Su padre.
Pero no como lo recordaba. No como sombra. No como voz. Sino como presencia. Densa. Inamovible.
La puerta se abrió sin sonido. Y allí estaba él. El rostro cubierto por una máscara parecida a la suya, pero rota. A través de las grietas, se veía un ojo sin brillo. Y la mitad de su rostro ardía constantemente, como si el incendio nunca hubiera terminado.
—¿Querés entender por qué callaste? Entonces mirame —ordenó.
Elías lo hizo.
Y la memoria volvió completa.
No fue solo miedo. Fue obediencia. Su padre le había enseñado que hablar era debilidad. Que pedir ayuda era exponer la garganta. Que el silencio era fuerza.
La noche del incendio, cuando su madre gritó, él miró a su padre. Y su padre solo dijo:
—Callá. O mueren todos.
Pero murieron igual.
—Vos me hiciste esto —dijo Elías, con la voz temblando.
—Yo solo te mostré lo que sos. Lo que fuiste criado para ser. El que observa. El que sobrevive.
Elías dio un paso adelante. El libro se abrió solo. Una frase brillaba:
> “El que calla por orden, carga la culpa del eco.”
Y entonces lo entendió.
Su silencio fue elegido, sí. Pero inducido. Impuesto. No era sólo culpa: era herencia. El fuego no lo había marcado solo a él. Venía de antes. De generaciones.
Elías alzó la campana. Su padre no retrocedió.
—¿Querés gritar ahora? ¿Creés que alcanza?
Elías no respondió. Tocó la campana.
Pero esta vez, no fue un sonido agudo.
Fue un rugido. Como un cuervo hecho de voces.
El fuego en el rostro de su padre se apagó. La máscara cayó. Y por debajo… no había nada. Solo un hueco. Una cavidad vacía.
El hombre del umbral no era su padre.
Era lo que su padre dejó dentro de él.
Y al fin, Elías dio un paso a través de la puerta.
> “Algunas verdades solo se oyen en silencio.”
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Editado: 10.08.2025