“Cuando tres guardan silencio, el grito los une.”
Arco II: El Grito de los Cuervos.
El eco de los cuervos no se disipó: se multiplicó. Elías, la mujer sin voz y el joven vendado fueron empujados hacia un claro que no estaba allí un instante antes. El suelo era ceniza, las raíces formaban un círculo cerrado, y en el centro ardía un fuego que no consumía nada, solo iluminaba lo suficiente para revelar sombras que no tenían dueño.
Elías se llevó una mano al pecho. El libro latía, como si tuviera un corazón propio.
—¿Qué es este lugar? —preguntó con voz quebrada.
El joven vendado inclinó la cabeza.
—Un tribunal. No de jueces… sino de recuerdos.
Las sombras comenzaron a tomar forma: hombres, mujeres, niños, todos con bocas cosidas como la mujer, todos con vendas en los ojos como el muchacho. Una multitud de siluetas que gemían sin voz.
La mujer sin voz se adelantó, y su sombra se desdobló hasta convertirse en un reflejo más joven de ella misma. La figura espectral gritaba, pero el hilo invisible seguía cerrándole los labios. Elías sintió ese dolor como propio, como si cada puntada le atravesara la garganta.
—Ella calló cuando le arrancaron la verdad —dijo el joven vendado—. Y yo… callé cuando podía verla. La oscuridad me cubrió porque nunca quise abrir los ojos.
Elías tembló. Su silencio también estaba allí, flotando en la forma de una puerta cerrada que apareció frente a él, con golpes del otro lado. Volvió a sentir la mano temblorosa en el picaporte, volvió a escuchar la voz que se apagaba tras la madera.
—¡Basta! —gritó Elías, y su voz quebró el aire.
Los cuervos respondieron con un rugido ensordecedor. El fuego en el centro del tribunal se alzó como un pilar. De sus llamas emergió una balanza, hecha de hueso y plumas quemadas. En un platillo se posaron los labios cosidos de la mujer; en el otro, las vendas del joven. Elías supo que el siguiente peso sería el suyo.
El joven vendado habló:
—Si no dices tu nombre, el bosque lo gritará por ti. Y cuando lo haga, no podrás callarlo nunca más.
Elías apretó los puños. Las sombras se inclinaban hacia él, pidiendo la confesión que nunca se había permitido. Pero su garganta ardía como si estuviera hecha de piedra.
El grito de los cuervos se volvió insoportable. Las ramas se rompían, el suelo temblaba. La balanza esperaba. Y Elías entendió: el tribunal no juzgaba lo que hicieron, sino lo que habían callado.
Y en ese instante, el bosque, a través de miles de gargantas negras, rugió su nombre.
—¡ELÍAS SILAS!
El claro entero se quebró bajo ese eco. Y el juicio recién comenzaba.
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psicologia misterio, pasado oculto, desconfianza a los desconocido
Editado: 18.09.2025