El Silencio De Los Cuervos

Capítulo 15" LA GRIETA EN EL SILENCIO."

“A veces, nombrarse no es salvarse, sino abrir la puerta a lo que habías encerrado.”

Arco II: El Grito de los Cuervos

El eco de su voz aún flotaba en el aire. Elías Silas. Dos palabras que habían sido cadenas durante años y que, al fin, habían atravesado la corteza del bosque como un cuchillo.

Elías estaba de rodillas, jadeando. Sus labios sangraban por la fuerza con la que había pronunciado cada sílaba. La mujer sin voz se inclinó hacia él, rozándole la frente con una mano temblorosa. No había sonrisa ni alivio en su gesto, solo un reconocimiento silencioso: lo había hecho, y eso tenía un precio.

El joven vendado lo sostuvo para que no cayera. Sus ojos, ocultos tras el lienzo blanco, parecían arder en la oscuridad.
—El bosque escuchó… —susurró con un hilo de voz—. Pero no olvides que cada verdad despierta a su sombra.

Elías sintió un frío recorrerle la espalda. El fuego en el claro se extinguía poco a poco, pero en su lugar quedó un murmullo apenas audible, como un latido subterráneo. El silencio no era calma; era tensión contenida, una grieta invisible que prometía romperse.

Abrió el libro, esperando encontrar consuelo, pero lo que vio lo hizo estremecer: las páginas estaban vacías, excepto por una mancha oscura que se expandía lentamente, como si algo respirara desde adentro. La tinta se movía, reptando hacia sus manos.

—No es solo un nombre —murmuró Elías, con la voz quebrada—. Es una llave…

La mujer sin voz asintió, aunque de sus labios nunca salió un sonido. En su mirada había una advertencia clara: ya no podía retroceder.

Los cuervos, posados en lo alto, permanecían inmóviles, pero sus ojos brillaban con un fulgor rojo, como brasas encendidas. Cada par de alas cerradas parecía esperar el momento exacto para alzarse de nuevo.

Elías respiró hondo. Había esperado sentir alivio al recuperar su nombre, pero lo único que encontró fue una certeza oscura: el bosque le había devuelto algo más que su identidad.
Le había devuelto su condena.

El silencio volvió a caer, pero esta vez no era el mismo. No era vacío.
Era un silencio quebrado, una pausa antes del grito.

Y Elías comprendió, con un escalofrío, que el bosque no había terminado con él. Apenas había comenzado.




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