Capítulo 18"EL ECO QUE NO CALLA."

“A veces no elegimos entre luz y sombra, sino entre cuál nos consume más lento.”

Arco II: El Grito de los Cuervos.

Elías respiró hondo, y el aire mismo lo cortó por dentro como si estuviera hecho de cuchillas invisibles. El reflejo estiraba su mano, esperándolo, y los cuervos hacían temblar el cielo con su grito interminable.

La mujer sin voz seguía apretando su mano, como si quisiera anclarlo al presente. El joven vendado gritaba palabras que se perdían en el rugido negro. Elías sintió que su garganta ardía. Había algo ahí, contenido, un rugido que no había salido en toda su vida.

—No… —susurró, apenas audible.

El reflejo sonrió.
—Ya empezaste.

La palabra negada resonó más fuerte que un grito. El bosque entero se estremeció. Las columnas de hueso alrededor del altar se resquebrajaron, y las sombras humanas que lo rodeaban se derrumbaron en ceniza. Elías entendió, en ese instante, que el silencio también era una forma de hablar. Que negarse era, en sí mismo, un acto de voz.

Pero el reflejo no desapareció. Se inclinó hacia él, hasta quedar rostro contra rostro. Y al mirarlo a los ojos, Elías vio algo imposible: no solo había un doble suyo allí, sino que ese doble estaba marcado con cicatrices que él no recordaba, heridas que nunca había sentido, pero que le dolieron como propias.

—Puedes resistir, pero ya soy parte de ti —susurró la sombra, antes de desvanecerse en un humo espeso que se deslizó bajo su piel.

Elías cayó hacia atrás, jadeando. La mujer sin voz lo abrazó como si temiera perderlo en ese instante. El joven vendado lo miró, temblando.

—El grito ya está dentro de ti —dijo con un hilo de voz—. Ahora tendrás que decidir cuándo lo liberas.

Elías bajó la mirada hacia el libro que aún tenía en el pecho. Una nueva página se había abierto, y en ella, por primera vez, estaba escrito su nombre con claridad:

“Elías Silas.”

El bosque quedó en silencio.
Pero no era el silencio del descanso.
Era el silencio de un monstruo que espera el momento justo para despertar.