El Silencio De Los Cuervos

Capítulo 19"EL NOMBRE EN LAS CENIZAS."

“Nombrarse es alzarse contra el olvido, aunque duela.”

Arco II: El Grito de los Cuervos.

Elías caminaba entre los árboles, con el corazón aún golpeando como un tambor de guerra. La mujer sin voz iba a su lado, sosteniéndolo de tanto en tanto, mientras el joven vendado abría paso con un bastón improvisado, tanteando las raíces como si conociera el camino.

El bosque había cambiado. Ya no era una cárcel de ramas, sino un campo de cenizas interminables. Los troncos quemados parecían monumentos a algo que alguna vez vivió y que ahora solo susurraba en silencio. Elías no podía dejar de pensar en la página del libro: su nombre escrito con claridad, por primera vez.

Elías Silas.

Lo repitió en su mente una y otra vez, como si temiera que el bosque se lo robara si no lo afirmaba. Cada sílaba pesaba como hierro candente en su lengua, y sin embargo, al mismo tiempo, lo aliviaba. Era él. Al fin podía reconocerse.

Pero también estaba la otra verdad: el reflejo. Podía sentirlo dentro, como un huésped que se había instalado en su pecho. No hablaba, pero su presencia era constante, como una presión detrás de los ojos, como si en cualquier momento pudiera abrirlos y mirar a través de él.

—Estás temblando —dijo el joven vendado, sin girar la cabeza.

—Es el nombre —respondió Elías con voz baja—. Es como si me pesara.

El joven asintió.
—Los nombres siempre pesan. Son cadenas o alas. Tú decidirás qué serán para ti.

La mujer sin voz se detuvo. Sus ojos claros miraron a Elías con una mezcla de ternura y advertencia. Entonces, con un gesto lento, llevó su dedo al suelo y escribió sobre la ceniza una palabra:

“Destino.”

Elías tragó saliva.
—¿Quieres decir que ahora ya no puedo escapar?

Ella borró la palabra con la palma abierta y dibujó otra:

“Elección.”

Elías sintió un escalofrío. Su nombre le daba existencia, pero también lo encadenaba a una decisión que aún no había tomado. Y el bosque, con cada paso, parecía acercarlo más a ese momento inevitable.

De pronto, los cuervos callaron. El aire quedó suspendido.
Frente a ellos, entre la ceniza, apareció una estructura imposible: una torre hecha de libros abiertos, todos quemados en sus bordes, todos con páginas que se escribían y borraban solas.

El joven vendado murmuró con la voz temblorosa:
—Ahí es donde se guardan los gritos que nunca se dijeron.

Elías apretó el libro contra su pecho. Por un instante, juró escuchar dentro de sí el eco del reflejo, susurrándole en silencio:

“Tu nombre es apenas el principio.”




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