El Silencio De Los Cuervos

Capítulo 20"EL MURMULLO DE LAS PAGINAS."

“Algunos gritos solo se escuchan en los silencios del alma.”

Arco II: El Grito de los Cuervos.

Elías se quedó frente a la torre de libros, respirando el aire denso de ceniza y tinta quemada. Cada tomo parecía moverse con vida propia, sus páginas abriéndose y cerrándose como si respiraran. Los cuervos, posados en los bordes, lo observaban con ojos que reflejaban su miedo y sus dudas.

El joven vendado se acercó con cautela:
—Cada libro… cada página… guarda un grito que alguien decidió callar. No es suficiente leerlos, debes escucharlos —dijo con voz temblorosa.

Elías apretó su libro contra el pecho, sintiendo la presencia del reflejo más cerca que nunca. Por un instante, creyó que podía verlo sobre su hombro, mirándolo con ojos que no eran los suyos, susurrando sin voz:
"No sabes lo que eres capaz de liberar."

Respiró hondo y apoyó la mano sobre un libro abierto. La tinta se agitó como agua negra, y palabras comenzaron a formarse, dibujando secretos que jamás habían sido pronunciados. Un escalofrío recorrió su espalda: eran voces fragmentadas, gritos encapsulados en hojas que ardían en silencio.

La mujer sin voz avanzó a su lado, y con un gesto lento, llevó la palma sobre otra página. Las palabras desaparecieron, dejando espacio para nuevas líneas. Elías comprendió que la torre no era solo un almacén de gritos; era un espejo de decisiones, un lugar donde lo que callamos puede cambiarlo todo.

De pronto, el reflejo dentro de él se agitó con violencia. La torre pareció inclinarse, los libros temblaron, y por un instante, el bosque dejó de existir. Solo quedaron él y la presencia que lo desafiaba desde adentro. Voces mezcladas, ecos de su propio miedo, comenzaron a susurrar su nombre y nombres que no recordaba haber pronunciado:
—Elías… Elías…

Sintió que caía en un abismo de memoria y silencio, donde cada grito que había evitado lo golpeaba con la fuerza de la verdad. El cuervo más grande graznó, y la ceniza se arremolinó formando una palabra:

“Reconoce.”

Elías cerró los ojos, intentando ignorar los murmullos, pero el reflejo no cedía. Lo empujaba a mirar dentro de sí, a aceptar que su miedo y su identidad estaban entrelazados. Y mientras abría de nuevo los ojos, comprendió que cada página que tocaba no solo contenía gritos, sino que también podía enseñarle quién era… o quién podía llegar a ser.

El viento se detuvo. La torre permaneció erguida, los cuervos inmóviles, y en el silencio absoluto, Elías escuchó, por primera vez, que su propio corazón era otro grito: uno que aún debía aprender a controlar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.