“Quien teme escuchar su propio eco, nunca conocerá su voz.”
Arco II: El Grito de los Cuervos.
Elías respiró hondo y dio un paso dentro de la torre. La ceniza crujía bajo sus pies, levantando remolinos que parecían murmurar secretos antiguos. Los cuervos se posaron sobre los libros más altos, inmóviles, como si midieran cada uno de sus movimientos.
El reflejo dentro de él se agitó. Por un instante, creyó que podía escuchar su voz doblada, replicándose en un coro que no entendía:
"¿Quién eres? ¿Qué ocultas?"
Cada libro que tocaba parecía latir bajo sus dedos. Una página se abrió sola, revelando un grito silencioso, una confesión que nunca había salido de labios ajenos. Elías sintió que el pecho le dolía: era como si cada palabra robara un fragmento de su alma y, al mismo tiempo, le devolviera conocimiento.
—Debes enfrentarlos —dijo el joven vendado desde la entrada, su voz un hilo firme en medio del caos—. No basta con mirar. Cada grito que ignores crecerá dentro de ti.
Elías asintió, aunque su reflejo interior se retorcía, tentando a huir. Sintió que el suelo vibraba bajo su peso, y de la ceniza emergieron sombras que tomaban forma de los gritos que él sostenía en su pecho: recuerdos, miedos, silencios que nunca dijo.
La mujer sin voz se adelantó, tocando suavemente su brazo. Sus ojos claros no necesitaban palabras: le decían que no estaba solo. Con un gesto lento, guió su mano hacia un libro abierto, cuyos bordes ardían con llamas que no quemaban, sino que iluminaban.
Elías apoyó sus dedos sobre la página y un murmullo surgió, más intenso que antes. Era su propia voz, pero distorsionada, mezclada con todos los gritos que había contenido. Sintió miedo, pero también una extraña fuerza crecer dentro de él: el reflejo no lo controlaba, solo lo desafiaba.
Los cuervos graznaron al unísono, y en el aire flotó una palabra escrita con humo:
“Afirma.”
Elías cerró los ojos, y por primera vez, el reflejo no gritó ni presionó. Solo observó mientras él respiraba, comprendiendo que enfrentar cada grito de la torre no era un castigo, sino un camino hacia su propia voz.
Y en el silencio que siguió, el eco de todos esos gritos se volvió suyo, un murmullo que ya no lo oprimía, sino que lo preparaba para lo que aún estaba por venir.
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Editado: 18.09.2025