El Silencio De Los Cuervos

Capítulo 22"EL REFLEJO QUE DESAFIA."

“No huyas de tu sombra; aprende a danzar con ella.”

Arco II: El Grito de los Cuervos,

Elías avanzó más profundamente en la torre, sintiendo cómo la ceniza se adhería a su piel, como un recordatorio de todo lo que había sido callado. Cada libro que tocaba parecía reaccionar a su presencia: las páginas temblaban, susurrando gritos que se mezclaban con su propio miedo.

El reflejo dentro de él ya no era un simple observador. Se movía con él, replicando sus gestos, sus respiraciones, incluso sus dudas. Sus ojos, idénticos a los de Elías, brillaban con una intensidad que lo desconcertaba.

—¿Quién eres? —murmuró Elías, enfrentando por primera vez esa presencia interna.
El reflejo no respondió con palabras, sino con un gesto: señaló hacia un libro abierto que flotaba a unos centímetros del suelo. La página mostraba un grito que parecía arrancado de su propia memoria, un recuerdo reprimido que dolía al tocarlo.

Elías tragó saliva y se inclinó sobre la página. La voz del reflejo emergió dentro de su mente, más clara que nunca:
"Debes aceptar lo que eres, no lo que temes ser."

El joven vendado apareció a su lado, apoyando una mano sobre su hombro.
—No luches contra él —susurró—. Escúchalo. Solo reconociendo tu reflejo podrás usarlo a tu favor.

Con un temblor inicial, Elías cerró los ojos y permitió que el reflejo hablara a través de él. La sensación era extraña, casi dolorosa: el miedo, la culpa y los gritos silenciosos se mezclaban con su voz, formando un murmullo ininterrumpido. Pero, lentamente, comenzó a distinguir entre lo que era suyo y lo que no.

La mujer sin voz se adelantó y escribió en la ceniza:

“Integridad.”

Elías abrió los ojos. Por primera vez, no sintió que la torre lo oprimía. Los cuervos observaban desde lo alto, inmóviles, y los libros parecían respirar a su alrededor. Cada página le devolvía fragmentos de su historia, y él los enfrentaba sin huir.

El reflejo lo miró, y por un instante, hubo un silencio absoluto dentro de él. Luego, como en un acuerdo tácito, retrocedió un paso, permitiéndole avanzar.

Elías comprendió que el verdadero desafío de la torre no eran los gritos de los libros, sino su propia voz, y que aceptar su reflejo era el primer paso para transformarla en poder.

Los cuervos graznaron, esta vez no como advertencia, sino como reconocimiento. Y mientras la torre se mantenía firme entre la ceniza, Elías respiró profundo, sintiendo que cada paso dentro de aquel lugar lo acercaba más a lo que había estado evitando toda su vida: su propia verdad.




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