El Silencio De Los Cuervos

Capítulo 23"LA TORRE QUE GRITA."

“Solo quien escucha los gritos del silencio conoce la fuerza de su voz.”

Arco II: El Grito de los Cuervos.

Elías avanzó por los pasillos de la torre, rodeado de libros abiertos que flotaban en el aire, sus páginas temblando como alas. Cada grito atrapado en la tinta parecía despertar, resonando con intensidad dentro de su pecho. Su reflejo lo seguía de cerca, ahora más firme, más exigente: no se trataba solo de escuchar, sino de enfrentar.

De pronto, un libro cayó frente a él, abriéndose con violencia. Las páginas se agitaron y un grito salió de ellas, tan fuerte que el suelo vibró bajo sus pies. Elías sintió que la torre misma lo desafiaba. Su reflejo lo empujó hacia el libro, murmurando sin palabras que solo él podía entender:
"No huyas. Toma lo que te pertenece."

El joven vendado apareció detrás, sosteniéndolo con firmeza.
—Cada grito que enfrentas te fortalece —dijo—. No son enemigos, son fragmentos de tu historia.

Elías tragó saliva y colocó las manos sobre las páginas. Los gritos lo envolvieron: recuerdos de miedo, dolor, silencios que había impuesto sobre sí mismo. Su reflejo lo imitaba, pero esta vez no para intimidarlo, sino para coordinarse, para mostrarle que podía usar esa fuerza.

Los cuervos graznaron con un eco atronador, y las cenizas se arremolinaron formando palabras en el aire:

“Confronta. Libera. Sé.”

Elías cerró los ojos y, por primera vez, gritó. No era un grito de miedo, sino de aceptación: cada sombra, cada silencio, cada reflejo dentro de él encontraba lugar en su voz. La torre tembló, y los libros comenzaron a abrirse y cerrarse en un ritmo acompasado, como si danzaran al sonido de su grito.

El reflejo se desvaneció lentamente, no como derrota, sino como integración. Elías se sentía entero, uniendo su miedo con su fuerza, su silencio con su voz. La mujer sin voz y el joven vendado lo miraron con aprobación silenciosa.

Cuando el eco terminó, la torre quedó en calma. Los libros volvieron a sus posiciones, abiertos pero serenos. Los cuervos se posaron sobre los bordes, esta vez inmóviles, guardianes silenciosos del equilibrio alcanzado.

Elías respiró hondo. Por primera vez desde que había entrado en la torre, comprendió que los gritos que había enfrentado no eran su condena, sino su camino hacia la libertad. Y mientras el bosque de cenizas parecía retroceder para dejar paso a un sendero más claro, supo que su historia apenas comenzaba, que cada elección futura estaría marcada por la fuerza que había encontrado en el silencio y en su reflejo.




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