“Quien ha escuchado su propio grito, nunca volverá a caminar sin oír la verdad del mundo.”
Arco II: El Grito de los Cuervos.
Elías salió de la torre con pasos firmes. La ceniza crujía bajo sus botas, pero el bosque ya no parecía un lugar de sombras y silencios pesados. Cada árbol quemado, cada rama caída, parecía inclinarse ante él, reconociendo al que había enfrentado sus propios gritos.
El reflejo, ahora integrado, no desapareció, sino que caminaba con él en calma. No era ya un huésped que lo acechaba, sino una voz que le recordaba su fuerza y sus límites.
La mujer sin voz lo acompañaba, sus ojos claros brillando con la certeza de que lo que había ocurrido dentro de la torre no sería olvidado. El joven vendado abría el camino, pero ya no solo guiaba; esperaba que Elías tomara decisiones por sí mismo, como un compañero silencioso y firme.
En lo alto, los cuervos revolotearon, dejando escapar un graznido que parecía eco de todo lo que había enfrentado. Y en el aire, como ceniza que se disolvía, surgió una palabra que flotó ante él:
“Continuará.”
Elías inhaló profundo. Cada paso que daba lo alejaba de la torre, pero lo acercaba a lo que vendría. Los gritos que había enfrentado no eran el final de su historia; eran la antesala de nuevas voces, de secretos que aún aguardaban ser escuchados.
Y mientras el bosque de cenizas comenzaba a transformarse lentamente en senderos de luz, Elías comprendió que la verdadera prueba no había terminado. Solo había aprendido a escuchar, enfrentar y afirmar su propia voz. El próximo desafío sería distinto, más grande, y requeriría no solo coraje, sino claridad.
En el horizonte, entre la niebla, la sombra de algo más se insinuaba. No era miedo; era promesa. Y Elías, con su reflejo a su lado, avanzó hacia lo desconocido, consciente de que la historia apenas comenzaba a desplegarse más allá de la torre y de los gritos que había liberado.
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psicologia misterio, pasado oculto, desconfianza a los desconocido
Editado: 18.09.2025