El Silencio De Los Cuervos

Capítulo 25: "DONDE DUERME LA CENIZA."

Capítulo 1: Donde duerme la ceniza

“Todo final que respira, en el fondo, sigue siendo principio.”

El amanecer no llegó de golpe. Se deslizó, tibio y gris, entre las ruinas del bosque, como si temiera despertar a los muertos. La ceniza dormía sobre las raíces, y de entre ellas brotaban pequeñas hojas nuevas, tan frágiles que parecían pedir perdón por existir.

Elías abrió los ojos. No recordaba cuándo se había quedado dormido, solo que el silencio lo había arrullado. A su alrededor, el aire ya no olía a humo, sino a tierra húmeda. El fuego había dicho lo que tenía que decir.

El libro descansaba a su lado, cubierto por un velo de polvo plateado. Cuando lo tocó, un leve temblor recorrió las páginas. Ya no estaban vacías, ni escribiéndose solas. Había palabras firmes, trazadas con una caligrafía que no era suya, pero tampoco ajena:

“La memoria no se destruye, solo cambia de forma.”

Elías se incorporó lentamente. Su cuerpo dolía, pero no como antes. Era un cansancio que tenía sentido, el tipo de dolor que anuncia que algo fue comprendido. A lo lejos, vio la silueta de la mujer sin voz, sentada sobre una piedra, mirando el cielo pálido.

Cuando él se acercó, ella sonrió con los ojos y le tendió la mano. Entre sus dedos sostenía una pluma negra, una de las que habían caído de los cuervos durante la noche. La colocó sobre su palma abierta y escribió con el aire:

“Renacer.”

Elías la miró.
Por un momento, creyó escuchar el aleteo suave de los cuervos sobre su cabeza, pero no eran los mismos. Estas aves no graznaban; sus alas susurraban melodías.

Cada una de ellas llevaba algo del bosque antiguo en su vuelo: una chispa, una palabra, un nombre.
Y comprendió que no todos los gritos eran de dolor. Algunos eran de memoria. Otros, de amor.

El joven vendado no estaba. Quizá se había marchado con el amanecer.
Elías levantó la vista y, con la pluma entre los dedos, escribió en el aire, como si el cielo fuera una página:

“No temo recordar.”

El viento tomó esas palabras y las llevó hacia el norte, donde el bosque se disolvía en una niebla clara.
Allí, más allá de la bruma, comenzaría su nueva búsqueda. No ya de su nombre, sino de su voz.

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