El Silencio De Los Cuervos

.Capítulo 26:"LAS VOCES QUE REGRESAN. "

Arco III — La Elegía de los Cuervos

“El silencio guarda lo que la memoria no se atreve a pronunciar.”

Elías descendía por un sendero que parecía no tener principio. La tierra, aún tibia, se mezclaba con raíces vivas que latían bajo sus pies. A cada paso, el bosque se volvía menos oscuro, más claro, pero también más incierto: como si la luz revelara cosas que antes no quería ver.

El aire olía a lluvia y a hierro.
Entre los árboles nuevos, escuchó algo. No eran los cuervos, ni el viento.
Era una voz.

No provenía del exterior, sino de un punto exacto dentro de su pecho. Era suave, casi un suspiro, y sin embargo, cada palabra retumbaba en su mente como un recuerdo lejano.

—¿De verdad creíste que podías dejarme atrás?

Elías se detuvo.
El reflejo.
La voz era suya y no lo era, como si hablase desde un espejo roto.
El silencio que había sentido tras la torre no era ausencia… era espera.

—No vine a atormentarte —dijo la voz—. Vine a recordarte lo que aún no has visto.

Elías apretó los puños.
—Ya no te necesito.

—Tal vez —respondió el reflejo con calma—. Pero todavía hay algo que necesita de ti.

Elías alzó la vista. Frente a él, el bosque se abría en un claro. En el centro, un lago de superficie inmóvil reflejaba el cielo. Pero el reflejo en el agua no era el suyo: era otro Elías, más joven, con los ojos vacíos y la piel marcada por grietas oscuras.

El verdadero Elías se acercó con cautela. El aire alrededor del lago vibraba, como si la realidad temblara. Y entonces lo comprendió: ese no era su pasado, sino el resto de sí mismo que había quedado atrapado en el grito, un fragmento que nunca cruzó al amanecer.

La mujer sin voz apareció a su lado, silenciosa. Su mirada era grave. Escribió sobre la tierra húmeda una palabra que se borró casi de inmediato, pero Elías alcanzó a leerla antes de que desapareciera:

“Reunir.”

El reflejo en el agua lo observaba. No con odio, sino con un cansancio inmenso.
Y Elías supo que antes de poder continuar, debía enfrentar no lo que fue, sino lo que dejó incompleto.

El lago se agitó.
Las alas de los cuervos resonaron a lo lejos.
Y en ese instante, una frase cruzó su mente, tan clara como el amanecer:

“La elegía comienza cuando decides mirar tu sombra sin miedo.”




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