El Silencio De Los Cuervos

Capítulo 3: "El ESPEJO DEL AGUA".

Arco III — La Elegía de los Cuervos

“No se vence a la sombra destruyéndola, sino abrazando su forma en la oscuridad.”

El lago estaba inmóvil, como si el tiempo hubiera decidido detenerse para mirar.
Elías se arrodilló en la orilla. El reflejo seguía allí, observándolo desde la superficie, idéntico y distinto, con esos ojos que parecían vacíos y a la vez llenos de una tristeza infinita.

Por primera vez, no sintió miedo.
El silencio del bosque era total, pero no hostil.
Los cuervos rodeaban el claro, posados en las ramas más altas, como testigos de algo que debía suceder.

—¿Por qué sigues aquí? —preguntó Elías, sin levantar la voz.

El reflejo sonrió apenas.
—Porque nunca me dejaste ir.

Elías quiso responder, pero el reflejo continuó:
—Cuando gritabas, yo escuchaba. Cuando callabas, yo sangraba. Somos lo mismo, pero tú siempre corrías hacia la luz, creyendo que escaparías de mí.

Elías apretó el libro contra su pecho.
—Te temía. Creí que eras mi condena.

—No. Yo soy tu verdad. —El reflejo dio un paso dentro del agua; las ondas se extendieron como respiraciones lentas.— Lo que callaste, lo que negaste, lo que perdiste... yo lo guardé.

Elías extendió una mano hacia el lago.
El agua tembló. La imagen frente a él parecía difuminarse, como si el reflejo no resistiera la cercanía. Pero, antes de desaparecer, habló una vez más:

—No busques borrar lo que fuiste. Aprende a mirarlo sin huir.

Elías tocó la superficie. El agua se quebró en mil destellos y, por un instante, ambos se fusionaron. Sintió el frío del reflejo correrle por las venas, la herida de su pasado, el dolor de sus silencios. Pero también una claridad nueva: el entendimiento.

El lago lo envolvió, y su cuerpo pareció flotar entre luces y sombras. En esa penumbra líquida, una última voz —ni suya ni ajena— murmuró:

“El alma no es lo que se divide… sino lo que recuerda cómo unirse.”

Cuando emergió, jadeante, el agua estaba quieta otra vez.
El reflejo había desaparecido.
Pero en su lugar, dentro del libro, una nueva palabra brillaba con tinta viva:

“Unidad.”

Elías sonrió, con lágrimas que ya no dolían.
Al alzar la vista, los cuervos emprendieron vuelo.
Y el bosque, que alguna vez fue fuego y silencio, ahora susurraba como si respirara al compás de su corazón.




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