El Silencio De Los Cuervos

Capítulo 7 :" LAS VOCES DEL REFLEJO."

🕯️ Arco III — La Elegía de los Cuervos

“No temas al eco; a veces es solo tu alma pidiendo ser oída.”

Elías despertó sin saber si seguía en el bosque o en el sueño del bosque.
El aire olía a agua estancada y a memoria húmeda. Frente a él, un lago dormía bajo una luna de ceniza.
El reflejo del cielo temblaba sobre su superficie, pero algo en ese temblor no le pertenecía. No era la luz quien lo distorsionaba, sino otra mirada.

Elías dio un paso hacia el agua. Su reflejo lo imitó… hasta que no lo hizo.
El reflejo se quedó inmóvil, observándolo.
Sus ojos eran idénticos, pero más oscuros, más antiguos.

—¿Quién eres? —susurró Elías.

El reflejo sonrió con una calma que dolía.
—Soy lo que dejaste de escuchar cuando decidiste callar.
Soy la voz detrás del silencio, el grito que te trajo hasta aquí.

Elías tembló.
Su corazón golpeaba al ritmo de aquella voz que conocía desde siempre, aunque nunca la hubiera escuchado.

—Tú… estabas en mí desde el principio.
—No —respondió el reflejo, acercándose a la orilla—.
Yo soy el principio. Tú solo fuiste el intento de olvidarme.

El agua vibró. Cada palabra del reflejo generaba ondas que rompían las imágenes de los cuervos que volaban sobre el lago.
Elías sintió el impulso de tocarlo, de hundir la mano y arrancarlo de su prisión líquida, pero no se atrevió.

—Si te libero… —dijo—, ¿qué ocurrirá?

—No me liberarás. Me reconocerás.
Y cuando lo hagas, dejaré de ser tu sombra.

El silencio pesó.
Elías se miró las manos, temblorosas, cubiertas de ceniza seca.
Pensó en todo lo que había visto: los cuerpos de palabras, las torres ardiendo, las voces que no tenían boca.
Todo lo que el reflejo había destruido… también había intentado recordarlo.

El reflejo levantó una mano desde el agua.
—Ven. No temas.
Tu voz me pertenece, y la mía te espera.

Elías dio un paso más. El lago empezó a reflejar algo distinto: no un cuerpo, sino una fusión. Su rostro se mezclaba con el del reflejo, y entre ambos surgía algo nuevo.
Un murmullo lo envolvió, hecho de mil voces: las del bosque, las de los gritos apagados, las de su propio miedo.

—¿Qué eres ahora? —preguntó.

El reflejo respondió sin moverse:

—Soy el eco de todo lo que callaste.

Elías cerró los ojos.
Cuando los abrió otra vez, el reflejo había desaparecido.
Solo quedaba el lago, inmóvil, y una última frase escrita sobre su superficie como humo que no se disuelve:

“Cuando escuches el eco, sabrás si aún eres tú quien responde.”




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