El Silencio De Los Cuervos

Capítulo 9: EL VUELO DE LA ÚLTIMA SOMBRA.

🕯️ Arco III — La Elegía de los Cuervos

“La oscuridad no vence al hombre: solo le devuelve su forma.”

Elías despertó bajo un cielo sin luna.
El bosque ardía en silencio, pero las llamas no quemaban; danzaban como espectros, flotando entre los troncos.
A su alrededor, los cuervos formaban un círculo inmenso, como si el aire mismo los invocara.

En el centro de ese círculo, el reflejo lo esperaba.

No estaba en el agua ni en el espejo de un libro: estaba de pie, idéntico a él, pero con los ojos completamente blancos.
Elías lo miró, exhausto. Sentía el cuerpo hueco, como si lo habitaran mil voces que ya no podía contener.

—¿Por qué sigues aquí? —preguntó.
—Porque aún me temes —respondió el reflejo con calma—.
Y mientras temas, existiré.

Elías dio un paso. El suelo se abrió, dejando ver debajo una masa de rostros y recuerdos.
El reflejo sonrió.
—Todo lo que fuiste está ahí abajo.
Los que callaste. Los que olvidaste.
¿Quieres verlos despertar?

Elías negó con la cabeza, pero el reflejo alzó una mano.
Las sombras emergieron del suelo: el joven vendado, la mujer sin voz, los ecos del pasado.
Todos lo miraban, con tristeza infinita.

La mujer sin voz se acercó. Llevaba algo en sus manos: el libro.
Ya no era el mismo.
Las páginas estaban negras, las letras quemadas, y del centro se oía un murmullo tenue.
El reflejo lo observó con deseo.
—Ese libro me pertenece. Es mi memoria… y tu condena.

Elías sintió cómo el reflejo se deslizaba dentro de su mente, intentando tomar el control.
Su voz se volvió la suya.
—Dame el nombre —dijo.
—No —respondió Elías, con un hilo de voz.
—Entonces desaparecerás conmigo.

Los cuervos alzaron vuelo al mismo tiempo, como un rugido del cielo.
El viento se convirtió en gritos.
Elías sintió que el bosque entero respiraba con ellos.
La mujer sin voz lo miró y, con una lágrima silenciosa, escribió en el aire una palabra invisible que solo él pudo leer:

“Recuerda quién eligió el silencio.”

Y entonces, comprendió.

No debía vencer al reflejo.
Debía aceptarlo.

Elías soltó el libro.
El reflejo lo atrapó, pero en cuanto lo tocó, las llamas lo envolvieron.
El grito que salió de su boca no era humano: era el de todos los ecos liberados.
Las sombras se deshicieron, los nombres se alzaron en forma de ceniza luminosa.
Elías cayó de rodillas, respirando con fuerza.
El reflejo lo miró una última vez, ya consumido por el fuego.

—Siempre fuimos el mismo… —susurró antes de desvanecerse.

Elías levantó la vista.
Los cuervos descendían lentamente, rodeándolo, como si lo coronaran en silencio.
Uno de ellos se posó sobre su hombro, y por primera vez, no le temió.
El bosque comenzó a apagarse, como si la noche se cerrara sobre sí misma.

Entre las sombras finales, escuchó una voz —la suya, la del reflejo, la del todo— susurrar:

“El vuelo termina cuando el silencio aprende a cantar.”




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