🕯️ Arco III — La Elegía de los Cuervos
“Todo lo que muere en el silencio, renace en el eco.”
El amanecer llegó sin colores.
El bosque era apenas un murmullo gris, cubierto por una neblina que respiraba con calma.
Elías abrió los ojos sobre la tierra fría, con los dedos manchados de ceniza y las uñas hundidas en raíces suaves.
No recordaba cuánto tiempo había dormido, ni si el fuego había sido sueño o verdad.
A su alrededor, los cuervos lo observaban en círculo.
No graznaban.
Sus ojos eran espejos diminutos, reflejando mil versiones de él, todas inmóviles, todas completas.
Elías se incorporó lentamente.
Sintió un peso leve en el pecho: el libro.
Pero ya no tenía letras, solo una página en blanco.
La tocó con cuidado, temiendo romper ese silencio perfecto.
Entonces, la hoja se movió sola y escribió una única frase, con una tinta que parecía luz:
“El que recuerda no se pierde.”
Elías sonrió, sin saber por qué.
Quizá porque por primera vez no sentía miedo.
El reflejo ya no hablaba dentro de él.
O tal vez sí, pero como una voz vieja y pacífica, una respiración más entre las suyas.
Caminó hacia el corazón del bosque.
La mujer sin voz lo esperaba, envuelta en un velo de bruma.
Cuando él se acercó, ella levantó una mano, rozándole el rostro con un gesto tan leve que parecía un pensamiento.
No escribió palabras esta vez.
Solo señaló el cielo.
Los cuervos levantaron vuelo.
Miles de alas negras se abrieron al unísono, llenando el aire con un sonido que no era un grito…
Era una melodía, grave, antigua, como si el bosque mismo cantara.
Elías la escuchó con los ojos cerrados y comprendió que no era una despedida.
Era un regreso.
El bosque ya no lo retenía: lo acompañaba.
El silencio ya no lo oprimía: lo entendía.
El reflejo no lo perseguía: era su sombra fiel.
Elías Silas caminó hacia la luz naciente.
A cada paso, las raíces se apartaban, los árboles se abrían, y la tierra lo reconocía.
Cuando llegó al borde del bosque, el último cuervo descendió sobre su hombro.
Elías lo miró con ternura.
—¿Y ahora? —preguntó.
El cuervo inclinó la cabeza.
En su ojo, Elías vio el reflejo de un nuevo horizonte, un pueblo envuelto en bruma, una campana que aún no había sonado.
Y el ave respondió sin voz, con el susurro del viento:
“Aún quedan ecos que escuchar.”
Elías sonrió.
Cruzó el límite del bosque, y con él, el sonido del canto se desvaneció lentamente.
Solo quedó el silencio…
pero esta vez, un silencio vivo.
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🕯️ Fin del Arco III — La Elegía de los Cuervos
“El silencio no es el fin, sino el respiro antes del próximo eco.”
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psicologia misterio, pasado oculto, desconfianza a los desconocido
Editado: 08.11.2025