CAPÍTULO 4: EL ESPEJO DEL SILENCIO.

🕯️ ARCO IV: Los ecos del ocaso

“No todos los silencios son paz; algunos son hambre.”

La torre respiraba.
No como una piedra, sino como algo vivo, latente. Cada grieta temblaba al ritmo del sonido que no sonaba, de una vibración que nacía desde lo profundo, como si las paredes recordaran una música extinguida.

Elías se acercó al espejo que colgaba frente al altar. No era de cristal, sino de metal ennegrecido, tallado con símbolos que parecían sangrar óxido. Su reflejo se dibujó lentamente, emergiendo entre brumas.
Pero no era él.

Los ojos del reflejo estaban abiertos de más, y su boca se movía sin emitir sonido. Parecía hablarle, o quizá imitarlo.
Elías levantó la mano… y el reflejo no lo imitó.
El reflejo lo observó.

Una grieta recorrió el espejo.
Y entonces lo escuchó: una respiración dentro del silencio.

Elías dio un paso atrás, sintiendo cómo el aire se espesaba. De pronto, la campana del pueblo sonó, pero no afuera, sino dentro del metal del espejo, vibrando con un eco que le atravesó el pecho.
El reflejo extendió su mano, y del borde de la grieta emergieron hilos de sombra, finos, temblorosos, que buscaban su piel.

—No... —susurró Elías, aunque sabía que no había nadie para oírlo.

Los hilos lo tocaron. Y en ese instante, una imagen lo inundó:
el bosque en llamas, la mujer sin voz cubriendo su rostro, el joven vendado cayendo al suelo, y él mismo, observando la escena desde el reflejo.

Elías comprendió lo imposible:
Él no había salido del bosque.
Era el reflejo quien había cruzado la frontera.

El sonido de la campana cesó.
El silencio, ahora, era total.
Solo quedó el eco de su respiración mezclada con la de “él”, el otro, fundiéndose lentamente.

Entonces una voz retumbó dentro del metal:
—El silencio no te sigue, Elías… te reemplaza.

El espejo se quebró.
Y del otro lado, el reflejo sonrió.