Él Silencio de los Olvidados

El camino sin regreso

Capítulo 6:

El sol apenas despuntaba cuando Daniel cerró la puerta de la casa detrás de él. No había dormido más desde el sueño. La marca aún ardía en su palma, como si cada latido la avivara.

Tenía el mapa en el bolsillo y el medallón colgando sobre la camiseta. Llevaba una linterna, una navaja oxidada y una mochila con agua y poco más. Sabía que no iba a acampar. Solo iba a caminar… hasta encontrar lo que lo llamaba.

El bosque comenzaba al final del viejo sendero detrás del cementerio. Nadie pasaba por ahí desde hacía años. Las lápidas estaban cubiertas de maleza, los nombres borrados por el tiempo y la humedad. Una de ellas tenía flores frescas. No sabía quién las había dejado.

Cruzó el muro caído y entró en el bosque.

El aire cambió.

Era más espeso. Más húmedo. Los árboles se curvaban hacia adentro, formando túneles naturales que oscurecían el camino, aunque el día apenas comenzaba. El suelo estaba cubierto de raíces que parecían moverse cuando no las miraba. Pájaros no había. Ni insectos. Solo silencio… y algo más.

Un murmullo constante. Como si las hojas hablaran entre sí.

Pasaron veinte minutos sin incidentes. Luego el mapa indicaba un giro hacia un sendero oculto tras un roble seco.

Y allí estaba.

Un símbolo tallado en su tronco: la misma espiral con el ojo.

Daniel tragó saliva y siguió. El camino se hacía más estrecho, más oscuro. El aire olía a tierra húmeda y a algo más… algo rancio. Podrido.

Pasó frente a un árbol cuya corteza parecía tener forma humana. Dos hendiduras donde debían ir los ojos. Una boca abierta como si gritara. Era solo una ilusión, se dijo. Solo la forma de la madera. Solo el miedo haciéndole ver cosas.

Pero al pasar, oyó una respiración.

No se detuvo.

Caminar se volvió más difícil. El terreno descendía, y entre las raíces, comenzaban a asomar estructuras de piedra cubiertas de musgo. Antiguas. Como si alguien hubiera intentado construir algo allí… y la naturaleza se lo hubiera tragado a medias.

Y entonces, la vio.

La otra casa.

Al fondo del claro.

Más pequeña de lo que imaginaba. Hecha con madera negra. Las ventanas tapiadas. La puerta entreabierta. El techo cubierto de ramas secas. Y frente a ella… el pozo.

Un círculo de piedra, sin cuerda ni cubo. Solo una abertura que parecía respirar.

El aire temblaba a su alrededor.

Daniel sintió que su pecho se apretaba. No por miedo. Por reconocimiento.

Él ya había estado allí.

No sabía cuándo. No sabía cómo.

Pero lo sabía.

Dio un paso hacia la casa.

Y entonces la oyó.

La voz de Helena.

—Dani… no mires dentro del pozo…

Se giró.

Nada. Solo bosque.

Pero el viento cambió de dirección.

Y desde el fondo del pozo, un susurro grave, cavernoso, lo llamó por su nombre.

—Daniel… Valcari…

Y con ese nombre, con ese apellido que no usaba desde niño, supo que el pasado lo acababa de encontrar.

Y que ya no había forma de volver.




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