Él Silencio de los Olvidados

El susurro del pozo

Capítulo 8:

Desde que salió de aquella casa, el mundo ya no era el mismo. Valcarria seguía envuelta en su bruma perpetua, pero ahora Daniel la veía distinta. Demasiado quieta. Demasiado atenta.

Dormía poco.

Y cuando lograba cerrar los ojos, el sueño se transformaba en una grieta por donde entraban cosas que no deberían tener forma ni voz.

Soñaba con el pozo.

Pero no como lo recordaba de niño. No como esa estructura de piedra cubierta de maleza al fondo del jardín. En sus sueños, el pozo era inmenso, profundo como un abismo. Respiraba. Llamaba su nombre.

Una noche, no pudo más.

Se levantó a las 3:13 a. m., con la boca seca y el corazón latiendo como si hubiera estado corriendo. Caminó hasta el jardín con el medallón en la mano, temblando. La niebla era tan espesa que no distinguía ni sus propios pies.

Y sin embargo, el camino lo guiaba. Como si siempre hubiera estado ahí, esperándolo.

Al llegar, lo encontró exactamente como lo recordaba… y al mismo tiempo, completamente distinto.

El brocal de piedra estaba cubierto de símbolos tallados. Algunos coincidían con los del diario de su padre. Otros eran nuevos. Vivos. Recién grabados.

Daniel extendió la mano. El medallón ardió. Al tocar una de las marcas, escuchó una voz infantil detrás de él.

—No mires.

Se giró. Nadie.

—No mires, Daniel. Si lo haces… ya no vas a poder salir.

Una ráfaga de viento lo empujó hacia adelante. Tropezó. Sus dedos rozaron el borde del pozo. Se asomó… y el mundo tembló.

No había fondo. Solo oscuridad. Oscuridad que miraba de vuelta.

Y entonces, escuchó la voz de su madre.

—Ayúdame…

Una mano salió del interior del pozo. Pálida. Familiar. Con un anillo que reconoció de inmediato.

—Mamá… —susurró.

—Baja. Solo tú puedes romper el ciclo… Solo tú puedes cerrar la grieta…

Otra voz, más profunda, le respondió desde dentro:

—O abrirla por completo.

Daniel cayó de rodillas. Su mente se deshacía en fragmentos. Una parte de él quería huir. Otra, saltar. Pero sus pies no se movían.

Desde el fondo, una figura comenzó a subir.

Una silueta sin rostro, pero con sus ojos.

Daniel gritó, retrocedió y cayó sobre el césped empapado. Al mirar de nuevo, el pozo estaba vacío. Cerrado. Como si nada hubiera ocurrido.

Pero en su mano, el medallón se había abierto. Dentro, donde antes no había nada, ahora había una frase grabada:

> “Lo que olvidamos… nos recuerda.”

Y junto a ella, una gota de sangre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.