Él Silencio de los Olvidados

El nombre en el espejo

Capítulo 11

La casa de los Rivas siempre había sido silenciosa, pero aquella noche el silencio era distinto. No era vacío: estaba lleno de algo.

Daniel cerró la puerta con llave. El libro maldito descansaba sobre la mesa del comedor, envuelto en una tela negra. Cada vez que pasaba cerca de él, sentía como si algo lo observara desde dentro. Como si las palabras aún respiraran.

Fue al baño para mojarse el rostro. El agua fría le ayudó a sacudirse la niebla de la mente, pero al levantar la vista…

Su reflejo ya no estaba sincronizado.

Él se quedó quieto, pero en el espejo, su reflejo sonrió.

Retrocedió instintivamente, jadeando. La imagen volvió a la normalidad, pero el vapor comenzó a cubrir el vidrio con rapidez, aunque no había agua caliente corriendo.

Entonces, lo vio.

Una palabra, escrita desde adentro del espejo.

DANIEL.

Letra por letra, como si un dedo invisible la trazara con cuidado.

Y debajo… otra más.

“YA.”

Daniel salió del baño de un salto, cerrando la puerta tras de sí. Su corazón latía como un tambor de guerra. Fue hasta la sala, buscando el libro.

Pero ya no estaba donde lo dejó.

—No… —murmuró—. No puede haberse movido solo.

La luz parpadeó. Las sombras en las esquinas de la habitación se estiraban y retorcían. Cada rincón parecía contener un rostro sin forma.

Entonces lo escuchó.

Una voz. Un susurro que venía de las paredes.

—Daniel… el silencio te llama.
—El linaje debe cumplirse.

Corrió a su habitación. Cerró la puerta. Se apoyó contra ella mientras respiraba con dificultad. Su celular no tenía señal. Ni Wi-Fi. Nada.

El espejo del armario crujió.

Se giró.

Él estaba ahí otra vez. Su reflejo, con una sonrisa torcida, los ojos completamente negros, y sangre goteando de la frente.

Pero no estaba solo.

Detrás de él, en el reflejo, había una figura encapuchada, sin rostro, cubierta de vendas oscuras, que le susurraba algo al oído. Daniel no oía las palabras, pero podía sentirlas en su mente, como cuchillas.

Gritó y lanzó una lámpara contra el espejo. El vidrio estalló en mil pedazos.

La figura desapareció.

Pero el reflejo seguía allí… en cada trozo roto.

Y todos los trozos lo miraban.

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A la mañana siguiente, el espejo estaba intacto. Como si nada hubiera pasado.

Solo que esta vez, en el suelo, encontró el libro.

Abierto. En una página nueva.

Una entrada reciente, recién escrita.

> Daniel Rivas – Preparado.

La fecha seguía en blanco.

Por ahora.




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