Él Silencio de los Olvidados

El pueblo sin Salida

Capítulo 13:

Daniel no durmió. Cada crujido de la casa le sonaba como una advertencia, cada sombra proyectada por la luna tenía forma de figura encapuchada. El símbolo marcado en la puerta no se borraba. Ni con agua, ni con fuego. Como si estuviera grabado en otra capa de la realidad.

Al amanecer, decidió lo impensable:

Huir.

Tomó una mochila con lo poco que tenía y bajó por el sendero de tierra hacia la carretera principal. El aire estaba espeso, cargado con un olor a hierro y humedad. Como si todo el pueblo transpirara algo podrido.

Mientras caminaba, vio que los demás parecían actuar… normales.

Demasiado normales.

Un niño con un globo negro lo observaba desde la acera, inmóvil. Una anciana barría la misma hoja una y otra vez frente a su casa. El carnicero lo saludó con una sonrisa que no llegó a sus ojos.

Todos sabían.

Y aún así, nadie decía nada.

Al llegar a la estación de autobuses, preguntó al conductor del único vehículo estacionado.

—¿Este va a Santo Domingo?

El hombre, sin girar el rostro, murmuró:

—No hay salida hoy.

—¿Y mañana?

El conductor lo miró. Tenía los ojos completamente negros.

—No hay salida nunca.

Daniel retrocedió. Corrió a la gasolinera. Cerrada. Corrió al motel. Vacío. Caminó hacia la salida del pueblo, al viejo puente sobre el río... y se detuvo en seco.

El puente ya no estaba.

Donde antes había un paso de madera sobre las aguas, ahora solo había niebla. Y al dar un paso más... escuchó algo.

Un canto. Grave. Inhumano.

—Memoria de la sangre… silencio del cuerpo… los que olvidan, serán llamados.

Daniel cayó de rodillas. Las voces lo taladraban desde dentro del cráneo. Era como si el pueblo entero le hablara desde las paredes, desde los árboles, desde la tierra.

Intentó gritar, pero ningún sonido salió de su garganta.

Volvió a su casa, derrotado. El libro estaba sobre la mesa, abierto. Aunque él lo había dejado cerrado.

En la página en blanco donde antes solo aparecía su nombre, ahora también había una fecha:

4 de septiembre.

Quedaban 21 días.

Y ahora entendía lo que Isadora quiso decir:

No hay escapatoria.

Valcarria lo había atrapado.

Y pronto… vendrían a reclamarlo.




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