Capítulo 14:
La tormenta llegó esa noche.
Trueno tras trueno, como tambores de guerra sobre los tejados de Valcarria. Daniel encendió cada luz de la casa, como si la electricidad pudiera mantener alejadas las voces. Pero no funcionó.
El libro volvió a cambiar de lugar. Esta vez, estaba en el umbral de la puerta de entrada, como una invitación silenciosa.
Cuando lo abrió, encontró una nueva lista de nombres. Algunos tachados con tinta roja. Otros aún legibles. Todos tenían una fecha al lado. La mayoría eran de años pasados. Excepto tres.
—Isadora Suárez – 29 de agosto
—Daniel Rivas – 4 de septiembre
—Eloísa Montero – 6 de septiembre
Eloísa.
Ese nombre le sonaba.
Corrió al viejo álbum de fotos que había dejado su tía. Ahí estaba: una niña con ojos tristes, cabello en trenzas, junto a una mujer de sonrisa forzada. Al reverso, escrito con letra temblorosa:
“Eloísa, hija de los Montero. Ellos también firmaron el pacto.”
Daniel no sabía cómo, pero tenía que encontrarla. Tal vez, solo tal vez… no estaba solo en esta locura.
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Al día siguiente, recorrió el pueblo bajo una lluvia persistente. Preguntó por los Montero. La mayoría desviaba la mirada. Una señora mayor, sin embargo, susurró:
—Viven cerca del cementerio viejo… o lo que queda de ellos.
La casa estaba apartada. Cubierta de hiedra, con ventanas tapiadas. Cuando golpeó la puerta, esta se abrió sola. Dentro, el olor era ácido, a encierro y a miedo.
—¿Eloísa?
Nadie respondió.
Avanzó por el pasillo. En las paredes, fotografías antiguas. Una familia feliz… hasta cierto año. Luego, las imágenes se volvían oscuras. Borrosas. En una de ellas, Eloísa tenía los ojos tachados con tinta negra.
En la cocina, encontró una grabadora encendida. Reproducía una voz femenina, angustiada.
—“Me siguen… los veo en los espejos… no quieren que huya… dicen que el linaje debe cumplirse… que el Silencio es una promesa sellada con sangre…”
Un golpe en el piso lo hizo retroceder.
Abajo, en el sótano, había alguien.
Daniel descendió con una linterna. Las escaleras crujían. El aire estaba más frío que en el exterior.
—¿Eloísa?
Un gemido. No de dolor. De resignación.
La luz iluminó un rincón. Una figura encogida, temblando. Cabello largo, uñas rotas, piel marcada con símbolos.
Eloísa.
Abrió los ojos. Lloraba sin lágrimas.
—No se puede escapar, Daniel. Somos la generación marcada. Somos la carne del sacrificio.
—¿Quiénes son ellos? ¿Qué quieren?
—No son hombres. Ni dioses. Son lo que quedó cuando el tiempo se olvidó de esta tierra…
De pronto, se escucharon pasos sobre el piso de arriba.
Pesados. Coordinados. Múltiples.
Daniel apagó la linterna.
Eloísa lo miró, aterrada.
—Ya vienen…
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Editado: 09.08.2025