Capítulo 16:
Eloísa extendió el mapa sobre el suelo frío de la cámara subterránea. Las marcas eran irregulares, salpicadas por todo el país: pueblos pequeños, aldeas perdidas, lugares que no aparecían en ningún GPS. Al lado de cada punto, un nombre, una fecha. Algunos tachados con tinta roja.
—Los tachados están muertos —dijo ella sin rodeos—. O desaparecidos. Pero algunos siguen con vida. Ocultos.
Daniel asintió.
—¿Cómo los encontramos?
Ella señaló el centro del mapa.
—Tenemos que empezar aquí… en Piedra Muda. Allí vive alguien que sobrevivió al primer ciclo. Un hombre que escuchó la llamada… y la rechazó.
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El viaje fue lento, a través de caminos rurales que parecían tragados por la niebla. Cada curva del camino parecía cerrarse tras ellos como si el mundo se redujera a su ruta.
El autobús que tomaron estaba casi vacío. Solo una mujer mayor al fondo que murmuraba oraciones al revés, y un joven que no parpadeó en todo el trayecto. El conductor no hablaba. Solo conducía. Siempre en línea recta.
—¿Y si no quiere ayudarnos? —preguntó Daniel.
—Entonces le obligaremos a recordar —respondió Eloísa—. Lo que estamos enfrentando no es humano. Pero tampoco está completo. Y solo quien ha olvidado sabe cómo vencerlo.
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Piedra Muda era más un conjunto de casas decrépitas que un pueblo. Las ventanas estaban cerradas con clavos. Nadie caminaba por las calles. Las aves no cantaban. Las cruces estaban talladas directamente en la tierra, no en las tumbas.
Y aún así, alguien los observaba desde las sombras.
Un niño de unos diez años, con una máscara de madera tallada y ojos tan azules que dolían. No decía nada. Solo señaló una casa en ruinas al final de la calle.
La puerta estaba entreabierta. Dentro, un hombre de cabello blanco y piel curtida tallaba símbolos en huesos.
—Yo no los llamé —dijo, sin levantar la vista.
—Pero nosotros sí te encontramos —replicó Eloísa—. Sabemos que estuviste en Valcarria. En 1983. Sobreviviste al primer despertar.
El hombre se detuvo.
—¿Y quién les dijo que sobreviví?
Silencio.
—Me llamo Ezra. Fui uno de ellos. Como ustedes. Pero yo escapé. Aunque el precio fue la memoria. Olvidé mi nombre, mi rostro, mi historia. Solo así me dejaron ir.
Daniel tragó saliva.
—¿Qué quieres decir con que te dejaron ir?
Ezra alzó la vista. Sus ojos estaban completamente en blanco.
—El Silencio te pide que entregues lo que eres. Si no tienes nada, no hay nada que reclamar.
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En ese instante, un golpe en la ventana.
Otro.
Y otro.
Ezra se puso de pie de un salto.
—¡Ya vienen! ¡Me siguieron! ¡Les abriste la puerta desde que dijiste su nombre!
Daniel corrió hacia la ventana. Figuras encapuchadas surgían de entre la niebla. Pero esta vez, no caminaban. Flotaban. Como si los recuerdos los llevaran, uno a uno, de vuelta a donde habían nacido.
Ezra abrió una trampilla en el suelo.
—¡Corran! ¡Y recuerden esto! ¡Si quieren sobrevivir, tendrán que perder algo a cambio!
—¿Qué cosa?
Ezra miró a Daniel.
—Tu rostro. O tu historia. Tú eliges.
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Corrieron por túneles húmedos mientras la casa temblaba sobre sus cabezas. Las voces del culto resonaban a lo lejos. Y, entre los susurros, una promesa:
—El Último Fundador ha despertado. La rueda gira. El sacrificio se acerca.
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Editado: 09.08.2025