Él Silencio de los Olvidados

La Sangre Recuerda

Capítulo 17:

La huida los llevó hasta un túnel de drenaje olvidado bajo las montañas. El frío no era solo del ambiente: era un frío que venía de adentro, desde lo más hondo del alma, como si los recuerdos que no les pertenecían intentaran aflorar en su piel.

Daniel apenas podía respirar. Los susurros lo seguían aunque Ezra se hubiera quedado atrás. Aunque la casa hubiera desaparecido entre la niebla, las voces aún murmuraban su nombre.

Eloísa revisaba un viejo cuaderno de cuero con símbolos que se deshacían al tocarlos.

—Hay una más. Se llama Sira Montenegro. Vive en un sanatorio clausurado. Dicen que escucha a los muertos… y ellos le responden.

—¿Ella también es heredera?

—Más que eso. Fue la primera en ver al Fundador en sueños. Cuando solo era una niña.

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El sanatorio de Santa Lidia parecía una reliquia maldita entre la espesura de los árboles. Las paredes estaban cubiertas de hiedra, los ventanales rotos, y la puerta oxidada colgaba como si alguien la hubiera arrancado con violencia.

Entraron sin hablar.

El interior olía a humedad, polvo… y a algo más. Algo que Daniel solo había sentido una vez: el olor de un cuarto donde alguien lloró tanto, que el alma dejó de resistir.

—Aquí fue donde lo vio —susurró Eloísa, señalando una habitación.

Adentro, una figura sentada en posición fetal. Largos cabellos cubrían su rostro. Su cuerpo temblaba.

—Sira… —dijo Eloísa con delicadeza.

La joven alzó la cabeza.

Tenía los ojos completamente negros.

—Ya vinieron antes —susurró ella—. A mí también me buscaron… cuando era pequeña. Pero yo los vi antes de que llegaran. Y no se fueron con las manos vacías.

Daniel se acercó.

—¿Qué viste?

Sira se levantó lentamente.

—Vi el día en que el Fundador murió… y cómo su cuerpo se deshizo en nuestras raíces. Vi la sangre que no se seca. Vi los nombres tallados en piedra. Y vi a un niño… con tu rostro… gritando bajo tierra.

Silencio.

—¿Cómo sabes quién soy?

Sira se acercó tanto que Daniel sintió su aliento helado en el cuello.

—Porque tú fuiste el último. Porque tú lo abriste todo. Y ahora, todos recordamos… gracias a ti.

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De repente, las luces del lugar —que no deberían funcionar— parpadearon.

Un pitido. Un monitor encendiéndose solo. Y luego, pasos.

—¡Nos encontraron! —gritó Eloísa.

Pero Sira no se movía.

—Yo me quedaré. No puedo huir. Ya pertenezco a ellos. Pero tú, Daniel… tú aún puedes elegir.

—¿Elegir qué?

—Si eres uno de los Olvidados… o su redentor.

Las paredes comenzaron a sangrar. Las ventanas se cerraron con un golpe sordo. El pasillo se llenó de sombras alargadas que no tenían cuerpo, pero sí intención.

Eloísa tiró de Daniel.

—¡Tenemos que irnos! ¡Ahora!

Antes de que salieran, Sira dijo una última frase:

—Él no ha muerto. Solo duerme. Y cuando despierte… el mundo recordará el Silencio.

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Huyeron mientras el sanatorio se deshacía tras ellos. En su interior, Sira comenzó a entonar una canción infantil en un idioma imposible. Y las sombras la rodearon, no como amenaza… sino como discípulos.

Daniel no volvió a mirar atrás.

Pero ya era tarde. Algo se había roto en él.

Y el eco de una palabra resonaba dentro de su cabeza:

Valcarria.




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