Capítulo 19:
El sonido de la piedra al deslizarse fue seco, profundo, como un lamento antiguo.
La puerta se abrió con lentitud, revelando un pasillo estrecho que descendía a las entrañas de la tierra. Una humedad espesa cubría las paredes, donde raíces ennegrecidas parecían haber crecido como venas alrededor de inscripciones ilegibles.
Daniel encendió su linterna.
—¿Estás lista? —preguntó.
Eloísa no respondió. Su rostro estaba pálido. Pero asintió.
Descendieron en silencio. Cada paso que daban parecía alejarlos más del mundo real. A medida que se internaban, las voces comenzaban a susurrar.
No eran imaginarias.
Las palabras se repetían en un idioma olvidado… pero que Daniel, de algún modo, comprendía.
> “Solo quien ha sido marcado puede despertar lo que duerme.”
El túnel desembocó en una cámara circular.
En el centro, un altar de piedra. Encima, tres objetos cubiertos por telas negras.
Y en las paredes… los nombres.
Escritos con sangre seca, en columnas infinitas.
Eloísa se acercó temblando. —Son… los olvidados.
—Los que fueron sacrificados —añadió Daniel en voz baja—. Los que no tenían nombre.
Uno de los objetos del altar comenzó a emitir un leve resplandor rojizo.
Daniel retiró la tela con cautela.
Debajo, encontró un espejo circular con bordes de obsidiana.
No reflejaba su rostro.
Reflejaba otra habitación… una celda oscura.
Y dentro de ella, alguien estaba esperándolo.
—¡Ezra! —susurró Eloísa, llevándose las manos a la boca.
El joven estaba allí, pero no estaba bien. Tenía los ojos hundidos, las venas marcadas y los labios cuarteados.
Pero hablaba.
—Daniel… no abras la última puerta. Ellos están usando tu sangre. No es un legado… es una condena.
Daniel tocó el borde del espejo. Un dolor punzante le atravesó el pecho.
Detrás de Ezra, una sombra se movió.
Lenta. Serpenteante. Gigantesca.
El espejo se apagó.
—¡Ezra! ¡No!
Un estremecimiento recorrió el templo. Las inscripciones comenzaron a arder con luz carmesí. La puerta por la que habían entrado se cerró con un estruendo sordo.
No estaban solos.
Del fondo de la cámara, una figura emergió del altar. No caminaba. Flotaba.
Cubierta de un velo blanco y desgarrado. Las manos… eran huesos envueltos en ceniza.
Y su voz retumbó en el aire como si hablara desde el centro de la tierra.
> “Has vuelto para cumplir el pacto, hijo del silencio.”
> “Tu sangre fue ofrecida antes de que nacieras.”
Daniel sintió que todo dentro de él se quebraba.
Eloísa lo sujetó del brazo. —¡No escuches! ¡No es real!
—Sí lo es —murmuró él—. Este lugar… esta sombra. Todo es real.
La figura se acercó más.
Y con una lentitud escalofriante, retiró su velo.
La cara… era la de su madre.
Pero no como él la recordaba.
Era su madre… muerta.
Y aún hablaba.
> “Debes completar lo que yo no pude… o el silencio se convertirá en hambre.”
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Editado: 09.08.2025