Él Silencio de los Olvidados

El Legado de los Fundadores

Capítulo 23:

Los escombros aún caían desde el techo agrietado del templo. La luz negruzca que emanaba del altar se había disipado, pero el aire conservaba ese espesor nauseabundo, como si la sombra de Tháegor no se hubiera ido del todo… sino simplemente mudado.

Eloísa sostenía a Daniel con fuerza, sus dedos clavados en los hombros del muchacho.

—¿Estás conmigo? —preguntó, la voz ronca.

Daniel asintió, pero no dijo nada. Sus ojos estaban abiertos, fijos en algo que ella no podía ver.

Salieron a tientas por el pasadizo que los había conducido al centro del templo. Cada paso que daban era acompañado por susurros, como si las paredes lloraran secretos. Las piedras vibraban con un ritmo ancestral, un eco de lo que acababa de ocurrir.

Cuando al fin emergieron a la cámara exterior, se detuvieron frente al mural agrietado. Allí, bajo la capa de polvo y siglos, se veía claramente ahora un símbolo que antes había estado oculto: una espiral abierta, envuelta en raíces negras.

Daniel lo reconoció.

—Lo he visto… en los sueños —susurró.

Eloísa no respondió. Se acercó al mural, tocó la piedra, y algo en su expresión cambió.

—Tú no eres el único que lleva un legado, Daniel.

Él la miró, confundido.

—¿Qué estás diciendo?

Eloísa respiró hondo. Se giró y se arremangó la manga izquierda. En su brazo, marcado a fuego, estaba el mismo símbolo.

—Mi madre fue una descendiente directa de uno de los Fundadores de Valcarria. Aquellos que, cuando sellaron a Tháegor, dividieron su poder en fragmentos y lo ocultaron en la sangre de sus linajes.

Daniel dio un paso atrás.

—¿Por qué nunca me lo dijiste?

—Porque estaba huyendo —respondió ella, con un dolor antiguo en la voz—. No del culto. No del templo. De mí misma.

El silencio que los envolvió era distinto esta vez. No era amenaza. Era memoria.

—Mi familia fue la encargada de custodiar las visiones. Por eso tengo los sueños. Por eso te encontré. Porque… estamos conectados. Tu linaje fue el receptáculo. El mío, la llave.

Daniel sintió que el peso regresaba. No era solo él. Nunca lo había sido. Estaban destinados a encontrarse. A sufrir. A resistir.

Y quizás… a romper el ciclo.

—¿Y ahora qué? —preguntó él, mirando el pasaje por donde habían venido.

Eloísa bajó la mirada. Algo en el aire cambió. Una vibración sutil.

—Ahora debemos encontrar a los otros —susurró.

—¿Otros?

—Los Herederos de los Fundadores. Aquellos que llevan los fragmentos restantes. El culto no ha desaparecido. Solo ha cambiado de rostro.

Una grieta se abrió en la pared detrás de ellos. El templo no los dejaba marchar tan fácilmente.

De ella emergió una figura encapuchada. El rostro, oculto. En sus manos, un bastón de hueso. No hablaba. Pero Daniel sintió la energía.

Era uno de ellos.

No sabían si era enemigo o aliado. Pero lo que estaba claro era una cosa:

> La historia no había terminado.

> Apenas comenzaba.




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