Capítulo 24:
La figura encapuchada no hablaba. Sus pasos eran silenciosos sobre las piedras húmedas mientras guiaba a Daniel y Eloísa por un corredor que no había estado allí antes. Era como si el templo mismo respondiera a su presencia, abriendo pasajes ocultos, obedeciendo un mandato antiguo.
Daniel no sabía si confiar. Pero una certeza lo impulsaba: si el templo no los había matado aún, era porque quería que siguieran adelante.
Caminaron en silencio por minutos que parecieron horas, hasta que el pasadizo se abrió en una caverna subterránea. Al centro, un círculo de fuego azul brillaba sin consumir nada. A su alrededor, siete figuras de pie, vestidas con túnicas de distintos colores, los observaban.
Uno de ellos, una mujer de piel oscura y cabello recogido en trenzas finas, dio un paso al frente.
—Bienvenidos al Cónclave de los Herederos —dijo con voz firme—. Hace generaciones que esperamos este momento.
Daniel la miró sin comprender del todo.
—¿Quiénes son ustedes?
—Los descendientes de los otros Fundadores —respondió Eloísa, reconociendo los símbolos en sus túnicas—. Cada uno de ellos guarda un fragmento del conocimiento, del poder y de la verdad sobre lo que ocurrió en Valcarria… y sobre lo que está por venir.
El hombre encapuchado se quitó al fin el manto: era anciano, con la piel marcada por tatuajes rituales y unos ojos color ámbar que parecían ver más allá del tiempo.
—Tháegor no era un simple espíritu maligno —dijo con gravedad—. Fue uno de los nuestros. Uno de los Fundadores. El más sabio… y el más ambicioso.
Un silencio cayó como un hacha.
—¿Qué estás diciendo? —susurró Daniel—. ¿Que Valcarria fue fundada por un monstruo?
—Fue fundada por siete —corrigió la mujer—. Y él quiso ser eterno.
Eloísa asintió. Lo comprendía ahora: las visiones, las marcas, los sueños. Todos eran fragmentos de una historia mutilada por el culto. La verdad había sido sepultada, no para proteger al mundo… sino para proteger a los culpables.
El anciano continuó:
—Cuando Tháegor intentó utilizar el Pacto de Sangre para trascender su humanidad, los otros seis lo enfrentaron. No pudieron matarlo, así que lo dividieron. Su esencia fue sellada en fragmentos. Uno en el templo. Otro en la tierra. Otro… en la sangre de su descendencia.
Todos miraron a Daniel.
—Tú eres el portador del fragmento más inestable: el corazón de Tháegor. Por eso te buscaban. Por eso te perseguían. Porque si logran reunir las piezas…
—…lo traerán de vuelta —concluyó Eloísa.
Daniel sintió una nausea crecer en su estómago.
—¿Y qué se supone que haga ahora?
El anciano se acercó y puso una mano sobre su pecho.
—Debes aceptar lo que eres, y decidir si serás su recipiente… o su cárcel.
El fuego azul parpadeó violentamente. Un estruendo vino desde el pasadizo.
—No tenemos tiempo —dijo la mujer—. El culto ha encontrado la entrada. Deben marcharse.
—¿A dónde? —preguntó Eloísa.
—A la Tierra Muerta —respondió el anciano—. Donde el último fragmento fue ocultado. Si el culto llega primero… no habrá regreso.
Daniel sintió cómo la oscuridad volvía a moverse dentro de él.
Y por primera vez… no la rechazó del todo.
#731 en Thriller
#335 en Misterio
#105 en Terror
terror psicológico, misterios sobrenaturales, drama familiar generacional
Editado: 09.08.2025