Capítulo 29:
El día apenas comenzaba, pero ya se sentía como si todo Valcarria estuviera al borde del colapso.
En las calles, los vecinos hablaban en voz baja. Algunos afirmaban haber visto figuras en los bosques al amanecer. Otros aseguraban que la tierra tembló levemente durante la noche, aunque no se registró ningún sismo.
Pero todos coincidían en una cosa: alguien había regresado.
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Eloísa caminaba con prisa por la plaza. El eco de sus pasos sonaba hueco. Las palomas ya no volaban por la fuente, y el agua estaba cubierta por una capa delgada de sangre seca.
No sabía si era real o una alucinación. Pero ya no confiaba en lo que veía.
Manuel no solo estaba vivo. Estaba cambiando.
Lo encontró en la vieja capilla, sentado frente al altar como si le perteneciera. Su rostro era el mismo, pero su mirada… su mirada era la de un extraño. Una mezcla de pena, furia y algo más profundo. Algo inhumano.
—¿Qué eres ahora? —preguntó Eloísa, con el corazón latiendo como un tambor.
Manuel sonrió. Una sonrisa que no tenía calor.
—Un recuerdo mal enterrado —respondió—. Un fuego que nadie apagó del todo.
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En otra parte del pueblo, Daniel colapsó.
Cayó en medio del camino de tierra, con la frente cubierta de sudor y los labios murmurando frases en latín antiguo.
—Filius tenebrarum… vocat… revixit… —susurraba mientras sus ojos se volvían blancos.
Eran las palabras del culto. Las que había olvidado. Las que había enterrado.
Una anciana lo encontró, temblando, y corrió a pedir ayuda. Pero cuando volvió con otros… Daniel ya no estaba. Solo quedaba una marca en el suelo: un círculo perfecto dibujado con carbón y ceniza.
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Esa noche, los sueños volvieron a todos los habitantes de Valcarria.
El mismo sueño.
El bosque en llamas.
Niños cantando rodeados de cadáveres.
Y una figura alta, encapuchada, caminando hacia ellos con una corona de huesos y una antorcha encendida.
"Recuerda el fuego", decía la voz. "Recuerda quién lo encendió."
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Al amanecer, la iglesia apareció marcada.
Símbolos arcaicos tallados con cuchillas en la madera.
El padre Agustín no volvió a ser visto desde ese día.
Solo su escopeta fue hallada frente al altar, con un solo cartucho usado… y el otro aún cargado, como si no le hubieran dado tiempo.
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Manuel apareció en la casa de Daniel al anochecer.
—¿Viniste a matarme otra vez? —le preguntó Daniel, con la voz rota.
—No. Vine a ayudarte a recordar.
—¿Recordar qué?
Manuel se inclinó, con los ojos ardiendo como brasas.
—Que el verdadero monstruo no soy yo. Es lo que llevas dentro. Y ya lo estás dejando salir.
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Editado: 09.08.2025