Él Silencio de los Olvidados

Lo Que Arde No Muere

Capítulo 30:

La noche volvió a Valcarria con un silencio anormal.
Las cigarras ya no cantaban.
Los perros no ladraban.
Ni siquiera el viento parecía tener fuerza para mover las ramas secas.

Daniel se encerró en la habitación del ático.

No confiaba en sí mismo.

Desde que Manuel volvió, su cuerpo no dormía.
Sus manos temblaban.
Y cada vez que cerraba los ojos… veía la cabaña.
La noche del incendio.

---

Frente a un espejo agrietado, Daniel clavó los ojos en su reflejo.

No era él.

El rostro estaba marcado con símbolos que no recordaba haberse pintado.
Había tierra bajo sus uñas.
Y sus labios susurraban una canción infantil… en un idioma muerto.

Entonces, ocurrió.

El vidrio estalló, y lo arrastró hacia adentro.

---

Cayó en el suelo ennegrecido del bosque.
Las ramas ardían.
El humo lo envolvía.
Y el sonido de pasos descalzos resonaba entre los árboles.

Se levantó. Estaba allí.

Otra vez.

La cabaña.

El fuego aún no había comenzado. Pero el aire ya sabía a ceniza.

—¿Quieres saber la verdad? —dijo una voz detrás de él.

Manuel. O algo con su rostro.

—Muéstramela —respondió Daniel.

---

Entraron juntos a la cabaña.

Dentro, estaban los niños del culto. O lo que quedaba de ellos.
Cantaban, bailaban, ofrecían sangre al altar.
Y en el centro… él mismo, más joven, sostenía una antorcha.

Temblando.

Dudando.

Y luego, sin piedad… la arrojaba al círculo de gasolina.

El fuego se elevó. Las paredes crujieron. Los gritos comenzaron.

—Tú lo hiciste —susurró Manuel, sin odio—. Nadie te obligó.

Daniel cayó de rodillas.

—Quería salvarlos… —murmuró—. No sabía que estaban vivos.

—Mentira —replicó la voz—. Sabías. Pero creíste que así el mal moriría con ellos.
Y te equivocaste.

---

El humo lo ahogaba.

Pero entonces lo vio.

Una figura al fondo, entre las llamas.
No era un niño.
No era un humano.

Era lo que el culto había intentado invocar.

Y no murió.

Solo esperó.

Dentro de él.

Hasta ahora.

---

Daniel despertó gritando.
Pero no estaba en su casa.

Estaba en medio del bosque.
Las ramas rotas a su alrededor.
Su ropa cubierta de sangre seca.
Y en su mano… una antorcha encendida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.