Él Silencio de los Olvidados

Sangre y Herencia

Capítulo 32 :

El olor a humedad era tan espeso que parecía filtrarse en los huesos. Daniel descendía por la grieta del templo como si estuviera bajando por la garganta de un ser vivo. Cada paso era más pesado, cada respiración más tensa. La luz de la linterna parpadeaba contra las paredes cubiertas de símbolos grabados con sangre seca y ceniza.

Se detuvo frente a una cámara circular. Al fondo, el mural que antes parecía incompleto ahora mostraba la escena entera: una figura alada surgía de las raíces de un árbol muerto, rodeada por humanos postrados, y en el centro… una mujer con la mirada vacía, los brazos abiertos en sacrificio.

—Madre… —susurró Daniel, reconociéndola.

Su pecho se llenó de fuego y hielo al mismo tiempo.
No era una interpretación, no era una visión. Era ella. En algún momento, su madre se había ofrecido a esa criatura.

Entonces lo oyó. No con los oídos, sino con la mente.
Una voz profunda, inhumana, que no usaba palabras sino ideas, sensaciones, recuerdos que no eran suyos.

> Heredero… carne de mi carne… sangre de la puerta…

Daniel cayó de rodillas. El eco de la voz sacudía su cráneo, sus nervios, su historia.
Las paredes se estrechaban. El suelo latía.

Mientras tanto, en la superficie, Eloísa corría entre las ruinas del bosque, perseguiendo los gritos que no terminaban nunca. No sabía si eran reales o imaginados. Cada árbol parecía tener ojos, cada sombra, una intención.

Tropezó con una raíz y cayó sobre algo blando.

Era un cuerpo.
Víctor.

Su rostro estaba desencajado, con los labios rotos por dentro. En su mano cerrada, había algo: un medallón con el símbolo del culto.
Eloísa lo tomó, tragando el llanto, y entonces lo vio.

En lo alto de una roca, cubierta de túnicas negras, con una antorcha en cada mano, Estrella Rivas la observaba.

—No puedes salvarlo, Eloísa —dijo Estrella, con voz calmada—. Ya ha sido elegido.

—No voy a dejar que lo sacrifiquen —escupió ella, poniéndose de pie.

—¿Aún no lo entiendes? Él es el sacrificio.

Abajo, Daniel temblaba mientras las piedras de la cámara empezaban a moverse.
La figura alada del mural se desprendió lentamente del muro, como si hubiese estado esperando siglos por ese momento.

Tháegor se reveló en carne: una criatura amorfa, formada de piel vieja, alas atrofiadas y ojos sin pupilas. Su voz era la de todas las pesadillas acumuladas en generaciones.

> El silencio es vida… y tú eres la grieta.

Daniel intentó levantarse, pero no podía. Sentía que su sangre respondía a aquella criatura como a un padre.
El símbolo del medallón en su pecho ardía como hierro fundido.
Recordó a su madre. A sus gritos. A su mirada vacía cuando lo sostenía en brazos.

“¿Ella me entregó… para esto?”

Eloísa llegó al borde de la entrada del templo. Las antorchas alrededor se encendieron solas.
La tierra tembló.

—Daniel… —susurró—, aguanta. Estoy contigo.

Desde el abismo, un grito desgarrador se elevó. No era solo dolor. Era transformación.




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