Él Silencio de los Olvidados

Lo Que Somos en la Oscuridad

Capítulo 34 :

Daniel no podía respirar.

El aire del templo era denso, espeso como ceniza. El medallón ardía en su pecho, grabando un símbolo que no comprendía, pero que su sangre reconocía. Tháegor lo miraba con una calma antinatural, como si ya supiera el final de esa historia.

Los Iniciados cerraban el círculo.

Figuras sin rostro. Algunos murmuraban en lenguas antiguas. Otros repetían su nombre:
—Daniel… Daniel…
Como si fuera una invocación.

Eloísa estaba de rodillas, sus labios temblando. Daniel quería correr hacia ella, sacarla de ese lugar, como si aún hubiera un mundo más allá. Pero algo dentro de él sabía que ya no existía “afuera”. El templo se había sellado. La realidad entera se estaba plegando alrededor de ese instante.

Tháegor habló.

—No te pedí fe. Solo verdad. Y la verdad es que tú naciste para esto. Estrella lo supo. Por eso huyó. Por eso te ocultó. Pero tú… llevas su sangre. Llevas mi legado. Y ahora debes elegir.

Daniel apretó los dientes. Dio un paso al frente.

—¿Elegir qué?

Tháegor sonrió. Su rostro se fragmentó brevemente, como si una máscara invisible se quebrara. Detrás no había carne… sino oscuridad pura.

—Redención… o permanencia. Puedes cerrar el ciclo. Romper el silencio. Pero a un precio. Siempre hay un precio.

El templo comenzó a temblar.

Las paredes lloraban agua oscura. Los símbolos brillaban como heridas abiertas. Y en el centro, el medallón flotó por sí solo, suspendido entre las manos de Tháegor.

—Si lo aceptas, heredarás mi lugar. Gobernarás sobre el olvido. No más preguntas. No más dolor.

—¿Y si no?

Tháegor lo observó con una lástima casi real.

—Entonces todo arderá contigo.

Daniel se quedó inmóvil. Los recuerdos lo golpeaban como olas: su infancia robada, los secretos de su madre, las muertes, las visiones… El eco de Valcarria resonando aún en sus huesos.

Y de pronto, pensó en los otros.

En Nerea, desaparecida entre el bosque.

En su padre, consumido por el miedo.

En las familias que creyeron que todo estaba olvidado.

—No —susurró Daniel.

Tháegor ladeó la cabeza.

—¿No?

—No voy a convertirme en otro tú. No voy a seguir ocultando la verdad. Ya no más silencio.

Tomó el medallón.

El fuego lo envolvió.

Un grito surgió del fondo del templo. No humano. No vivo. Los Iniciados retrocedieron, chillando, como si la luz los quemara. Eloísa gritó su nombre. Tháegor cayó de rodillas, su cuerpo descomponiéndose en humo y recuerdos.

—¡Tú no entiendes! —rugió Tháegor—. Si rompes el ciclo… ¡todo volverá!

—Entonces que vuelva —respondió Daniel—. Pero esta vez, no vamos a callar.

Y aplastó el medallón contra el suelo.

El templo explotó en luz.

No fuego. Luz.

Una que lo tragó todo.

---

Daniel despertó.

La lluvia golpeaba su rostro. Estaba tendido en el suelo, cubierto de barro. No había templo. No había túnel. Solo árboles… y silencio. Eloísa estaba a su lado, viva, temblando.

—¿Lo hiciste? —preguntó.

Daniel no respondió.

Porque no estaba seguro de haber ganado.

Solo sabía que había roto algo… y que lo que venía después sería distinto. Más oscuro, quizás.

Pero real.

El silencio había terminado.




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