El silencio de Raimond.

Sobre Raimond Jhonson.

Desde el más profundo lugar de mi corazón, haciendo constar que el dolor ahora ha dejado de ser insoportable, y que mi experiencia me obliga a mantenerme al márgen como ha pedido mi psicólogo, yo, Annie, he decidido no declarar ante el juez, puesto que me es imposible declararme testigo de la serie de atrocidades que acusan a Raimond, no por sentir nublado mi juicio por el gran amor que le profeso, ni con intención de justificar sus actos, puramente porque soy cobarde, y me es imposible verle a la cara desde el estrado, pretendiendo que es la bestia inhumana de la que todos hablan, cuando una tarde que olía a dulces tulipanes rojos, como hoy, me tomaba entre sus brazos con todo el cariño del mundo.

Raimond Jhonson, aclamado científico en el campo experimental, era el vivo estereotipo de un científico. Yo supongo que se había asegurado de eso, pues siempre le gustó pasearse por las ventanas con su barba de varios días, para ser captado por la prensa, sus ojos cansados, los tenía adornados con grandes ojeras, que no eran por ello menos atractivos, principalmente porque representaban sus largas noches entre trabajando y cantando, que con el tiempo conseguían pasarle factura, aun durmiendo todo el mediodía como acostumbraba. Decía que amaba sus pasos rápidos porque creía en la eficiencia del tiempo y destacaba siempre en las mañanas antes de presentar un nuevo proyecto mientras me preparaba el desayuno, que su hablar pausado era porque vivía en la imposibilidad de lidiar con la atormentadora cantidad de ideas que cruzaban por su mente a cada momento. A mi me toco incontable cantidad de veces verle  inmerso en alguna gran investigación, con la concentración impecable, y el perfeccionismo destacando por todo lo alto, y aunque yo sabía que siempre conseguía casi por regla aclamaciones de todo tipo, el pobre hombre sufría siempre con sus manos temblorosas antes de amarrarse la corbata y salir frente a sus colegas. Y en el círculo interminable entre no ser suficiente antes de salir, y lograrlo para sentirse incompleto al terminar, Raimond no alcanzo mes alguno un periodo de felicidad completa, puesto que no lograba llenar su curiosidad, ni calmar su sed de entendimiento.

Las pocas personas que le habían tratado no sabían mucho de él. Es bien sabido que tenía muy pocos amigos, en el caso de que les pidan que declaren, estoy segura de que Aida lo hará sin reservas, sería bueno escuchar lo que tiene que decir.

Siempre me desagradó la forma en que lo retrataban en los artículos de prensa rosa, que si bien todos los medianamente inteligentes sabemos que es una exageración de la realidad, muchas personas se dejan llevar por ellos, modificando así, la opinión pública. Leí más de una vez como le describían, mostrándolo como alguien tímido, cuando  no era cierto en absoluto, y me atrevo decir que la palabra "ausente" sería una descripción más acertada. Nunca le agradó el escrutinio público, ni la fama. Si alguien quisiera comprobar lo que hablo, sería fácil investigar un poco entre los videos de sus entrevistas, ver sus asentimientos regulares mientras habla, evadiendo constantemente las preguntas de carácter personal, principalmente cuando se trataba sus gustos y creencias, o su vida sentimental, y aunque esto no pruebe nada, quizás le de veracidad a mis palabras.

Los entrevistadores han dicho en incontables ocasiones que le notaban evasivo, y monosilábico al responder, con tendencias a ignorar cuestiones relacionadas con su vida personal, y marcados periodos de entusiasmo desmedido cuando se tocaba algún tema de su interés, interés que era infravalorado, porque como sabemos, la ciencia, el arte, las cosas de provecho, no venden.

Los pocos estudiantes que tuvieron oportunidad de trabajar con él, que fueron por cierto, estudiantes míos, decían que era apático, grosero, y careciente de cortesía, sin embargo, de sus pupilos, seis de nueve alcanzaron el premio al mérito de investigación, que fuera un hombre celoso con su laboratorio, es solamente una condición humana. Varios sabemos que su única fuente de orgullo, era su vida laboral, tanto por declaraciones suyas como por experiencias de carácter personal.

Sus colegas, por su parte, que en diferentes ocasiones vinieron a entrevistarme después de la serie de acontecimientos que hubo, no fueron más que hombre imbéciles sedientos de destacar, de obtener algún beneficio, o de hacerse con las patentes del doctor, por lo que declaro que como psiquiatra, tuve que fingir demencia, pues el asedio era interminable. Si sigue sin creerme, porque las pruebas son muchas en contra de lo que argumento, por favor ponga algo de empeño en ver con ojo crítico, y analizar con el corazón en la mano, y la humanidad como estandarte, la serie de documentales, entrevistas, artículos de periódico y reportajes en los que se vió implicada la comunidad científica tras la muerte de Raimond, ellos claramente no revelan aspectos de su vida personal, no por respeto a su memoria, sino porque simplemente no le conocen y estas conversaciones están siempre cargadas recelo y pseudo-admiración sobre sus cuantiosas investigaciones. La atmósfera de intriga sobre la vida de Raimond era el tema favorito para tratar de sus escasas entrevistas en televisión, o para los periódicos locales, por lo que con el tiempo, la aparición pública de Raimond fue cada vez más esporádica, hasta el punto de no verle tras varios años.

La mente de Raimond es quizás uno de los mayores misterios que hasta hoy día, no puedo resolver, y que supongo nadie puede, pero apoyándome de algunas de sus notas, que me pertenecen, pues me las ha dejado en su testamento, como un hombre perfectamente consciente de que iba a morir, en conjunto con algunas otras cosas y de lo poco que pude conocerle, sé, que en aquel momento de su vida, en el que su carrera como científico estaba en su mayor auge, su menor intención era que su esfuerzo fuera demeritado



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En el texto hay: asesinos, caos, amor

Editado: 27.10.2020

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