El silencio de Raimond.

Dentro.

Mientras veía la cinta, que guardaba celosamente en mi habitación, gracias a los privilegios del dinero y el poder, y a mi extraordinario abogado, no pude evitar pensar en lo mucho que desconocía de Vanessa, y mi corazón se encogió un poco, sin embargo, la película delante de mis ojos ofrecía más de lo que alguna vez pude pedir. 

En el tiempo en que Raimond y yo estuvimos casados, dejó en claro para mi, que el decoro no era precisamente algo que le preocupara mucho, muchas veces le vi medio desnudo llegando a la cocina por algo de comer, o escarbando sus oídos mientras trabajaba, se sacaba la mugre del ombligo con frecuencia, y se cortaba las uñas a la mitad de la casa, uñas que guardaba en un cajón de su escritorio, y que eran uno de sus tesoros más preciados, yo supongo que fue la razón por la que le dió igual abrir a Vanessa en bata, calcetines y ropa interior.

Sin embargo, después de tanto tiempo sin tener una presencia en casa, supongo que se sintió incómodo, o que quizo alejarla de la casa, quizás un poco de ambos, pues su primer acto evasivo fue decirle que tenía urgentemente que tomar una ducha, aunque él podía pasar fácilmente varios días sin bañarse.

La casa había cambiado un poco, cuando estábamos juntos, solíamos ordenar todos los fines de semana, acomodábamos las cosas, pulíamos los pisos, limpiábamos la madera, recortábamos el césped, reordenabamos las notas, limpiábamos mi estudio, luego su laboratorio, era agotador, pero muy divertido.

Ahora, la casa se encontraba bastante descuidada, el polvo estaba por todas partes, y supongo que el  olor no era del todo agradable, principalmente porque la cocina estaba llena a vomitar, había sobre la mesa comida echada a perder, había algunas frutas podridas sobre el frutero, y sobre la estufa pasta que tenía ya varios días.

Yo casi puedo afirmar, que Vanessa se quedó, porque podía sentir casi casi la mente del hombre trabajando, o porque vió como tenía su sala  increíblemente desordenada, con revistas científicas apiladas debajo de la mesa de centro, libros que llenaban el librero hasta hacerlo vomitar,  hojas sueltas tiradas por doquier, paquetes en cajas, todavía sin abrir.

Vanessa sabía que el doctor Raimond no acostumbraba a recibir visitas, de ello me aseguré yo, por lo que astutamente pensó en evitar incomodar, se quedó sentada en sillón en el que se había quedado cuando Raimond se fue, pero dejó que sus ojos se empaparan de toda la estancia, con su mirada curiosa, deseosa de absorver toda la información posible.

Raimond tomó un baño larguísimo, con esencia de olor en su bañera, y velas, sin embargo, al bajar, Vanessa todavía estaba ahí.

La primer conversación que tuvieron, trataré de describirla, de la mejor forma posible.

—Veo que no te has ido, como también veo que no te irás ¿Por qué has venido? —Dijo él al volver, mientras se secaba el cabello, sus toallas aun estaban limpias.

—Me he inscrito en su programa, usted deberá ayudarme con mi investigación.

—¿Eres de Fylinch?—Preguntó Raimond, y a su pregunta le agregó una mueca de desprecio.

—¿Trabaja usted con alguna otra Universidad? —Vanessa soltó sin nada de tacto, con el mismo tono burlesco con el que le hablaba a sus compañeros cuando se portaban especialmente cretinos, Raimond bufó.

—¿Ves las hojas de allí? —Señaló él con desdén, a una parte específica de la sala.

—Por supuesto, imposible no verlas, es una excelente decoración.

—Pues estoy dispuesto a hacer un trato, como personas civilizadas, puedes coger un puñado, hacerlas pasar por una investigación tuya, le dices a Annie que si te ayudé, me presento el día en que presentes el proyecto en la Universidad, nos tomamos algunas fotos, ganas el premio, y me dejas continuar en mi preciada soledad ¿Qué dices? 

—¿En verdad le parece un trato? ¿Qué gano yo? ¿Piensa que soy tonta? No tengo interés alguno en sus investigaciones de tercera. —Ella observó al hombre y le ladeó la boca.

—No son “investigaciones de tercera”. —Contestó Raimond con sorna.

—De no serlo, usted no las tendría tiradas por doquier, y por lo poco que sé, investiga con la misma facilidad con la que dibuja un preescolar.

—Touché.

—Si me permite, trataré de plantear un mejor trato, he venido a ayudarlo y que usted me ayude, tengo mucho que aprender de usted, y la disponibilidad para hacerlo, a cambio, siéntase libre de pedirme lo que necesite, yo solo planeo molestarlo dos horas diarias, esa es mi propuesta.

—Si necesitara ayuda buscaría un asistente, me siento mejor sólo, puedo contactarte con alguno de mis colegas, hay varios que te recibirán sin problema, tendrás una cama caliente, y un buen mentor.

—Aunque no me desconcerta su actitud, doctor, la verdad es que me gustaría recibir la tutoría de usted, además, si no desea recibir estudiantes ¿Por qué su nombre sigue apareciendo en las boletas?

—Es una buena forma de que crean que haces beneficencia pública, es decir, todo mundo ama a las personas que hacen algo en pro de los más necesitados, es simple marketing.

—Además nadie se ha inscrito en años ¿No?

—Efectivamente.

—Pues ahora estoy yo aquí, supongo que es uno de los problemas del marketing, menos mal, no es problema mío.

—Realmente no me molesta, sé que no durarás mucho, pero entre más rápido te vayas, mejor será para ti, perderemos ambos menos tiempo ¿No has oído lo que dicen del terrible doctor Raimond?

—Doctor Raimond, he venido para quedarme durante el tiempo que dure mi investigación, independientemente de que quiera que me vaya, y trate de forzar mi retiro, solo lo hará más difícil para usted.

—¿Ahora utilizas las amenazas para hacerme ceder?

—Oh, no, doctor, yo no amenazo.

—Yo no digo mentiras, Vanessa.

—No dije que fuera un mentiroso, al contrario, no dudo ni por un momento de la veracidad de sus palabras, sin embargo, como dije, yo no amenazo, y no pienso irme, me temo.



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En el texto hay: asesinos, caos, amor

Editado: 27.10.2020

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