—¿No pudiste llamar? —Raimond sujetaba la cabeza de la chica mientras ella continuaba vomitando en la puerta de su casa. —Diablos, ¿Cuánto has bebido? —Las preguntas parecían retóricas ante la condición de Vanessa. —El olor en unas horas será terrible.
—Maldita sea, cállese. —Vanessa se limpió los labios y le dedicó a Raimond una mirada cargada de odio.
—¿A qué has venido? Pasa, te ofreceré una servilleta. — Raimond le hizo una mueca.
—Estoy sola, sin amigos reales, y sin muchas personas a quienes le importe. —Vanessa tenía una jaqueca fuerte.
—Todos lo estamos, de alguna u otra forma, eso no es nuevo. —Raimond caminó alrededor de la cocina preparando alguna bebida extraña.
—No lo entiende. —Vanessa pasó sus manos por su rostro exagerando la desesperación. Raimond le sonrió.
—Entonces explícame, si es que lo entiendes tú.
—Ese es el problema, ni yo lo entiendo.
—Entonces dime que esperas obtener de mí, y se honesta contigo.
Vanessa tenía los ojos vidriosos, veía a Raimond sin mucho entusiasmo, le hacía muecas de confusión y finalmente se levantó de su silla para acercarse a él, quien se encontraba de espaldas, aun preparando aquella bebida. Acarició con suavidad su brazo, lo que lo tomó desprevenido, obligándolo a voltear. Y como uno más de los errores que el alcohol ha provocado en la humanidad, lo besó, fue un beso intenso y breve, cargado de alcohol, quizás con restos de sabor a vómito, pero Raimond no se alejó, ni la detuvo, ni le hubiera gustado hacerlo, al final de cuentas, él había esperado por eso durante mucho tiempo, incluso lo había imaginado, claro que en una situación totalmente diferente, cuando ella terminó, Raimond se sentía asqueado, dejó la bebida en la barra, y salió de la cocina camino a su cuarto con rapidez, ignorando la expresión desconcertada de Vanessa.
Raimond rio al llegar a su habitación, aquello le había causado más dudas a él que a ella, eso lo sabía, y vaya que le molestaba.
Sin remedio alguno, esa mañana, sin haber dormido bien, volvió al laboratorio, cargando su laptop, algo de comer para varios días, una llave y una idea que amenazaba con hacerlo explotar si la dejaba más tiempo para sí mismo. No le interesó más saber de Vanessa, ahora tenía otra preocupación más grande, ahora finalmente iba a hacer lo que durante años había esperado.
Vanessa no supo de Raimond hasta una semana después cuando este puso música en su habitación, como era costumbre, el sonido inundó toda la casa, esta vez no se trataba de algo tranquilo, era todo lo contrario, no era un suave jazz, o algo de música clásica, era distinto, y Vanessa no sabía muy bien lo que era aquello. Sabía que no era rock, o metal, o electrónica, era distinto, más fuerte, más intenso, sin voz, si sentía la música caer sobre sus hombros, como las otras veces, pero en esa ocasión, quemaba como el mismísimo infierno, o al menos así lo parecía. Cuando Vanessa vio a Raimond, no lo reconoció, se veía cansado, era cierto, pero su mirada estaba cargada de emociones que le fue imposible percibir, sin embargo, su curiosidad no la movió a preguntar, ni a acercarse, tuvo miedo por un instante, y dejó a Raimond seguir caminando con decisión hasta su laboratorio.
Dos semanas después, Raimond volvió a salir, cada vez más agotado físicamente, pero con una mirada distinta, cada ocasión mayormente emocionada, preso de la agitación provocada por ansiedad.
Vanessa le encontró un límite a su paciencia cuando sedó a Raimond por medio de la bebida que estaba consumiendo, y le robó la llave de su laboratorio. Mientras caminaba por el pasillo sus manos sudadas temblaban, tenía curiosidad, pero ciertamente, también tenía miedo, imaginaba a alguna clase de monstruo como Frankenstein, o a algún experimento de laboratorio que tuviera poderes, las opciones eran infinitas, pero lo que encontró allí, le desconcertó más que cualquiera de las cosas que se hubiera imaginado.
No basta con explicar en que momento Vanessa se volvió loca presa de la ambición por el conocimiento, porque es difícil de describir, podría decirse que fue en ese momento, pero la realidad es que ni ella lo notó.
El laboratorio era inmenso, tenía incluso su propia cocina, había libros inmensos por doquier, escritos por Raimond, suponía ella, había experimentos de toda índole, desde física cuántica, hasta ciencias sociales, estas últimas eran las más curiosas, y aquel laboratorio fue el principio de realmente conocer a Raimond, cosa que hasta ese momento nadie había conseguido. Vanessa tenía todos los deseos del mundo de continuar husmeando en la privacidad de Raimond, pero lograr ver aquel laboratorio en totalidad, era una misión que llevaría varios días, conocía poco de medicina, pero tenía una amiga que conocía lo suficiente como para ayudarle, así que cerró el laboratorio, escondió la llave en su bolsillo y la llamó.
Aida llegó un par de minutos después y se encontró con Vanessa en la puerta de la casa, con desesperación fingida de la que no se percató, Vanessa le explicó que Raimond llevaba muchos días sin comer algo decente, que había bajado muchos kilos y que estaba sumamente preocupada, añadió que le fue imposible convencerlo de que dejara el experimento unos días, y que se centrara en cuidar su salud, al menos hasta reponerse lo suficiente como para poder continuar sin interrupciones, y cuando consiguió la aprobación de Aida le explicó lo que había hecho.