—¿Qué haces para pasar el tiempo?
—¿Perdón?—Raimond salió del trance de su investigación, y observó a Vanessa, incrédulo.
—Ya sabes, no es como si todo lo que hacen esos dos sea del todo relevante en nuestra investigación.—Vanessa se encontraba notablemente enérgica ese día.
—Divago, bueno, mi mente divaga.
Vanessa soltó una risita.
—No se qué es lo que percibes tan gracioso, cuando tu mente es tan interesante, divagar en ella es divertido.
—No me parece que tu mente sea tan interesante, de hecho toda la veo cuadrada por aquí y por allá, te resumes en el laboratorio, nada más ¿Es esta toda tu esencia?
—¿Has bebido?
—¿Tengo que beber para hablar de esto contigo?
—Pues no entiendo a que vas, no se que esperas que te diga, esto es lo que soy, tómalo, o déjalo.
—Cuéntame que te hace mantenerte despierto por las noches, cuéntame que te hace llorar, háblame de tus cicatrices, de como lidias con ellas, de lo mucho que te ha costado llegar a amarlas, háblame de tu filosofía, de lo que sientes, de lo que te hace reír, de la razón por la que duermes de lado.
Raimond se quedó callado un minuto.
—Quieres que te hable de mi, que me resuma en un par de palabras cuando soy textos enteros.
—Raimond, muéstrame tu alma, quiero saber si quedarme ha valido la pena.
Raimond resopló, estaba molesto.
—Mi padre era escritor, quizás has leído algo de él, se llamaba Stephen, Stephen Hilverd, viajó por el mar alejándose de mamá para concluir su obra, porque no toleraba pasar un minuto más en casa, decía que el ambiente lo limitaba, que pasar tiempo dentro de un hogar lo destruía, que aquello era enfermizo, que llegar y verla lo hacía darse cuenta de todo lo que había dejado ir por anclarse a la gente.
—Raimond, de verdad lo lamento...—Vanessa no pudo terminar la frase porque fue interrumpida.
—Déjame terminar, no te lamentes, a él jamás le conocí, supongo que anda por el mundo escribiendo su maldita obra, pero no le odio por irse, le odio por todo lo que le hizo a mamá, ¿Quieres saber que me hace llorar por las noches? Porque voy a contártelo, con lujo de detalles, te contaré porqué no logro cruzar palabras con mi madre, te diré que ha vivido toda su vida odiándome por ser quien le separó de papá, porque me mandó a grandes escuelas, me instruyó en el arte ¿Sabes cuantos idiomas hablo?
—Cinco.
—Siete.—Raimond le enarcó una ceja.—Siete porque mi madre acostumbraba enviarme a cuantas clases pudiera de cualquier cosa para tenerme menos tiempo en casa, aprendí literatura para agradarle, y me botó de casa tan pronto cumplí la mayoría de edad, quemó el primer poema que le hice porque dijo que había heredado el talento de mi padre, esa noche mientras de regreso de la escuela le entregué el poema, me dijo que no me había asesinado porque era un pecado para los ojos de Dios.—La voz de Raimond comenzó a quebrarse.—Y entonces lo supe, supe que jamás iba a ser escritor, porque ciertamente tengo mucho dolor por dentro, porque estoy roto de mil formas, pero no puedo sacarlo, no puedo expresar una mísera forma de cariño, por más que esté consumiéndome, supe que no iba a creer en Dios nunca, que a partir de ese momento odiaba todo lo que sustentara su creencia, y supe que iba a ser el mejor puto científico del mundo, porque eso era lo que realmente me apasionaba, porque dejé de complacer a mi madre, de tratar que me aceptara, supe que iba a ser tan bueno que no iba a tener comparación aun en todo el mundo.
Y Raimond comenzó a llorar, como jamás en sus 52 años había llorado.
—Y logré inventar los seudónimos, soy mi propia competencia porque necesito saber que aun puedo superar algo, y cuando te conocí, cuando viniste aquí, con tu bata blanca y tus zapatos negros, con esa mirada de autosuficiencia, creí en ti.
Vanessa se sentó a su lado, incapaz de saber que hacer.
—Creí en que ibas a sacarme de esta miseria, que eras la mente que iba a hacerme explotar mi potencial, que ibas a ser quien lograra quebrar mi fe en mi, por eso decidí ayudarte, porque necesitaba alguien que representara una competencia real para mi, quería alguien tan versátil, tan complejo, tan pragmático como yo.
Raimond soltó una risa sardónica.
—¿Y sabes que obtuve?
Raimond se carcajeó irónicamente, riendo de su propia desgracia.
—Estoy enamorado.
Vanessa abrió los ojos con sorpresa.
—No me vengas con cuentos, sé que lo sabes, sé que lo notas cuando te veo, sé que lo supiste desde que te dejé entrar en mi laboratorio sin darte una reprimenda, si no percibes mis sentimientos, se que lo notas en mis manos nerviosas, en mis pupilas dilatadas, en mis balbuceos, se que lo notas cuando te veo de reojo, porque he estudiado el efecto que tiene en otros, sé como se ve, como se expresa, pero soy nuevo en sentirlo, y no solo soy nuevo, soy pésimo expresándolo, soy pésimo tratando de explicarlo, y tampoco sé como lidiar con el sentimiento, porque está consumiéndome.