Raimond consideró toda su vida a la mente humana como una rareza de capacidad única, y lo experimentó de viva voz al volver de su retiro emocional, cuando llegó a casa, tomó un largo baño, se puso un traje bonito, algo de perfume y salió por unas flores, rosas, concretamente, iba a pedirle a Vanessa que formaran una vida juntos, e iban a ser muy felices por el resto de tiempo que pasaran en este mundo.
La chica era bonita, era lista, y él, después de tantos años, estaba enamorado por primera vez.
Cuando ingresó al laboratorio, se horrorizó, Vanessa tenía ojeras enormes, se notaba que había dormido poco, su cuerpo se veía demasiado delgado, que había estado metida en el laboratorio por días, pues su cabello estaba opaco, su rostro se veía grasoso, estaba pálida como un muerto, y trabajaba mecánicamente mientras la emoción se notaba en sus pupilas, era un experimento pequeño, por lo que pudo notar Raimond, Vanessa cargaba entre sus manos un pequeño conejito al que estaba inyectándole adrenalina, Raimond desconocía la razón, pero tampoco se atrevió a preguntar
Sabía lo que tenía que hacer, ella lo había sacado de aquello cuando él se encontró en ese estado, fue a la cocina por algo de comida, luego al estudio por el arma, si Vanessa no aceptaba la comida iba a matar al conejo, aunque esto desatara la ira de la mujer.
Preparó un sándwich con mucha calma, propia de un hombre que dispuesto a hacer enojar a su futura esposa quiere retrasar el momento tanto como sea posible, guardó el arma en su pantalón, llevaba también algo de jugo artificial que había encontrado en el refrigerador, era de manzana.
Entró al laboratorio, con el sándwich en el plato, dispuesto a la discusión más larga que puede tenerse, más con una mente tan testaruda como aquella.
—Cariño, de verdad creo que deberías comer un poco, yo me encargaré de llevar tus apuntes si descansas un par de horas.
—Escucha, sabes como es esto ¿Si? Solo déjame concentrarme un momento, es complicado, está costándome mucho, y necesito que salga bien, por favor, Raimond ¿Cuándo te volviste tan molesto?
Y Raimond sonrió, amaba muchísimo a esa mujer, le recordaba a su actitud cuando era joven, tan llena de deseo por aprender, tan abierta al conocimiento, tan metódica, tan metida en sus investigaciones.
E irónicamente, él se veía a si mismo como Annie, detrás de Vanessa como ella lo estuvo de él, con un sándwich de mermelada, pero no eran iguales ¿Verdad? Annie acostumbraba llevarle Sándwiches de jamón, pero el no había encontrado jamón.
—Vanessa.—Y Raimond sonó autoritario esta vez.—De verdad creo que deberías comer algo, tan pronto lo hagas te dejaré en paz, también tengo muchas cosas que hacer, y mucho de que hablarte.
Ella no tuvo ningún remedio más que ceder ante la presión de Raimond, y bebió un poco de jugo, luego dio una mordida al Sándwich, para volver a trabajar, esperando que Raimond se encontrara conforme.
Y la situación era muy graciosa, porque Annie solía alimentarlo, cuando se enfrascaba en sus proyectos tanto que nunca comía, ella estaba ahí, dándole pequeños mordiscos de comida, convenciéndolo de que se afeitara, o tomara una ducha ¿Por qué estaba recordando tanto a Annie?
Vanessa se acercó por otro mordisco del Sándwich, y continuó con su trabajo, la mente de Raimond siguió divagando.
Vanessa tenía su misma forma de pararse, con los hombros arriba y la cabeza hacia abajo, él sabía de buena fe que aquella era una posición incómoda, la había hecho muchísimas veces, se sorprendió por lo mucho que Vanessa se parecía a él, quizás por eso la amaba tanto.
Vanessa mordió otra vez, era preciosa, con sus labios bonitos y su nariz respingada, y su pelo rojo, pero olía horrible, a persona que no se ha bañado.
Observarla le parecía un deleite, y nuevamente pensó en cuanto la amaba, en lo lindas que eran sus manos, y sus dientes, pensó en lo bien que se sentía decirle que la amaba, y ahí, contemplándole trabajar, se lo dijo nuevamente, cuando volvió por el sándwich, que era ya, su última mordida.
—Te amo ¿Lo sabes, verdad?
—Por favor, solo quiero terminar con esto, ahora hablaremos todo lo que quieras.
Y entonces se dio cuenta de todo, Vanessa nunca le había dicho que lo amaba, ni había tenido sexo con él, ¿Acaso no podía? ¿Él no valía la pena? ¿No sentía lo mismo?
Se acercó a ella, a abrazarla, porque le amaba infinitamente, y el amor no es egoísta, no solo iba a pensar en él.
—No quiero que seas como yo.—Dijo con voz firme.
Luego jaló el gatillo del arma.
—Ni yo seré como Annie.—Dijo con suavidad, para sí.