Ecos del silencio.

Antes de que la noche se tragara su último aliento, Anwen caminaba sola entre los árboles del Bosque de las Sombras. No era un bosque común: sus hojas susurraban secretos y sus ramas se retorcían como manos invisibles.

Era niña entonces, pero ya sentía el peso de algo que la separaba del mundo. No sabía qué era. Solo sabía que en silencio, dentro de ella, algo rugía y callaba a la vez.

Su madre, una mujer con ojos como el cielo tormentoso, le había contado una vez una historia que nunca olvidó:

—Eres descendiente del Cuervo Carmesí —le dijo en voz baja—. No un Cuervo común. El primero de su sangre fue guardián del equilibrio entre luz y oscuridad. Pero un error antiguo manchó su nombre, y ahora esa sangre corre en ti, cargada de un silencio que puede salvar o destruir.

Anwen no entendió entonces.

Lo que sí sintió fue el miedo de los Custodios que llegaron poco después. No para protegerla, sino para apartarla.

“Demasiado poder, demasiado peligro”, decían. La encerraron en una torre de cristal, invisible para el mundo, donde solo el silencio era compañía.

Pero Anwen aprendió a usar ese silencio. A escucharlo. A ser parte de él.

Cada noche, hablaba con su sombra, que le mostraba fragmentos del pasado, del presente y de futuros posibles.

Y entre esos susurros, descubrió que el Cuervo Carmesí no era solo un nombre. Era un legado roto, fragmentado por quienes temían su verdad.

—Si quieres ser libre —le dijo la sombra una noche— tendrás que enfrentar no solo lo que eres, sino lo que te han dicho que debes callar.

El tiempo pasó. La niña creció, y con ella el poder que parecía tanto una bendición como una maldición.

Antes de que Eliah la conociera, Anwen ya había comenzado a romper el silencio, desafiando al mundo y a sí misma.

Pero había un precio.

Un secreto que ni siquiera ella sabía del todo: el Cuervo Carmesí estaba ligado a un ciclo que debía romperse o perpetuarse. Y ella, más que nadie, era la clave.

En la oscuridad de la torre, Anwen cerró los ojos, sabiendo que su destino no era solo caminar en la luz o en la sombra… sino fundir ambas en un nuevo amanecer.