Cuando el Guardián del Tiempo comenzó a tambalear, una luz cálida y vibrante rompió la oscuridad que lo envolvía.
Del resplandor emergió Anwen, con sus ojos llenos de determinación y un aura que parecía fundir sombra y luz en un solo cuerpo.
—¡Eliah! —exclamó con fuerza—. No puedo permitir que este ciclo destruya todo lo que hemos luchado por proteger.
El Guardián volvió su mirada hacia ella, su reloj en el pecho marcando un tic-tac más rápido y errático.
—Anwen… la encarnación del ciclo —dijo con una mezcla de respeto y amenaza—. Has venido a cambiar lo inevitable.
Anwen levantó las manos y un torbellino de energía roja y negra giró a su alrededor.
—No soy solo un eslabón más. Soy la chispa que puede romper esta rueda.
Eliah sintió una oleada de esperanza crecer dentro suyo.
Juntos, los tres —Eliah, Ilyana y Anwen— unieron fuerzas contra la Corrección.
Pero esa unión no estaba exenta de riesgo.
Cada poder desatado requería un precio, y el destino estaba listo para cobrárselo.
Mientras la batalla se intensificaba, el tiempo parecía encogerse y expandirse, revelando destellos de futuros inciertos y pasados olvidados.
El eco de la torre de cristal y las palabras de la sombra resonaban en la mente de Anwen.
—No solo enfrentamos a la Corrección —susurró—, también a aquello que hemos sido y que debemos dejar ir.
El combate no solo era externo: era una lucha por el alma misma del Silencio del Cuervo Carmesí.