Al amanecer, Anwen, Eliah, Ilyana y Nahl se reunieron frente a las ruinas antiguas que, según las leyendas, guardaban secretos del origen del ciclo.
—Aquí es donde todo comenzó —dijo Anwen, con la voz firme—. La llave está escondida en algún lugar dentro de estas ruinas.
El aire estaba cargado de misterio y una sensación de peligro latente.
Mientras exploraban, se encontraron con símbolos antiguos tallados en piedra, que solo Anwen parecía poder descifrar.
—Estas inscripciones hablan de un guardián ancestral —explicó—, alguien que protegió la llave y dejó pruebas para quienes fueran dignos.
De repente, un sonido metálico resonó a lo lejos.
—No estamos solos —advirtió Nahl—. Alguien o algo nos está siguiendo.
El grupo se preparó para lo peor, sabiendo que la búsqueda sería mucho más que un simple viaje.
Mientras avanzaban, sombras se movían entre las columnas derruidas, y el eco de antiguos juramentos parecía resonar en el viento.
Anwen apretó el amuleto que llevaba colgado al cuello.
—No importa lo que venga —dijo—, encontraremos la verdad. Y romperemos el ciclo.