Avanzaron con cautela entre las sombras de las ruinas, el eco de sus pasos resonando en las paredes de piedra milenaria. Anwen seguía guiándolos, descifrando con precisión los símbolos que señalaban un camino oculto.
De repente, Ilyana tropezó con una losa diferente, marcada con el símbolo del Cuervo Carmesí. Al apartarla, revelaron una escalera que descendía hacia la oscuridad.
—Parece que hemos encontrado la entrada —murmuró Eliah, encendiendo una antorcha.
Bajaron lentamente, y el aire se volvió más frío, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en ese lugar.
En el centro de una cámara subterránea, encontraron un pedestal con un cofre antiguo. El corazón de Anwen latía con fuerza mientras se acercaba y, con manos temblorosas, abrió la tapa.
Dentro había un espejo pequeño, ovalado, con un marco tallado con el símbolo del ciclo entrelazado con un cuervo.
Al tocar el espejo, una visión la invadió: imágenes de un pasado olvidado, un vínculo entre la guardiana original, el Cuervo Carmesí, y el ciclo que los atrapaba.
—Esto no es solo una llave —susurró Anwen—. Es un fragmento de memoria, una pieza del origen.
De repente, la cámara tembló y una voz profunda resonó:
—Quien busque romper el ciclo, debe estar dispuesto a enfrentar lo que duerme en su interior.
El grupo se preparó, conscientes de que esa revelación era solo el comienzo de un desafío aún mayor.